Page 292 - El nuevo zar
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completo. En una cultura de arraigada superstición, el fuego parecía un mal
presagio.
«Prometo que los logros democráticos de nuestro pueblo serán defendidos
y garantizados de forma incondicional», dijo Putin cuando finalmente hizo
una breve aparición en la oficina central de su campaña la noche de las
elecciones, vestido con un jersey negro de cuello alto. No hubo fiesta ni
celebración de la victoria. Nadie parecía particularmente exultante. La
mañana después de su reelección, Putin recibió llamadas telefónicas de
felicitación de parte de George Bush, Tony Blair, Jacques Chirac, Gerhard
Schröder y Junichiro Koizumi, mientras los observadores internacionales de
la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa se reunían para
la conferencia de prensa poselectoral, ya ritual, y declaraban que la votación
«reflejaba la falta de una cultura democrática, rendición de cuentas y
responsabilidad».
La reelección de Putin desmoralizó a los demócratas del país. El colapso de
los partidos liberales que había comenzado con las elecciones parlamentarias
dio lugar a un examen de conciencia sobre lo que había salido mal. Uno de
los pocos liberales independientes elegidos para la Duma en 2003, Vladímir
Rizhkov, que representaba a Barnaúl en Siberia, lo llamó «la debacle liberal».
Los demócratas del país, arguyó, se habían visto asociados a las
consecuencias negativas del colapso soviético, la transición caótica y criminal
hacia el seudocapitalismo que había dejado a millones empobrecidos y sujetos
a la estabilidad del Estado soviético, si no a su opresivo estancamiento
económico e ideológico. Y Putin, que había trabajado para uno de los
primeros demócratas del país y era heredero del hombre que había liderado
Rusia en los años noventa, de alguna forma había recibido todo el crédito por
la recuperación económica y las libertades personales que aún quedaban.
Rizhkov lamentó que la mayoría de los partidarios democráticos de los
partidos liberales, Yábloko y la Unión de Fuerzas de Derecha, hubiesen
votado no por sus líderes de partido, sino por Putin, a quien los líderes de
partido culpaban por despojar las elecciones —y el sistema mismo— de
cualquier carácter realmente democrático. «A los ojos de la mayoría de los
rusos, el demócrata número uno del país no es otro que el propio presidente