Page 340 - El nuevo zar
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había  comenzado  a  creer  que  finalmente  era  el  dinero  lo  que  movía  a  los
               hombres  y  la  política.  En  Europa  especialmente,  muchos  le  probaron  que
               tenía razón.

                    A  pesar  de  abjurar  de  cualquier  visión  empresarial,  Putin  disfrutaba  de

               aventurarse  en  los  acuerdos  más  grandes  del  país;  él  mismo  negociaba  y
               mediaba  en  disputas.  En  julio  de  2005,  Royal  Dutch  Shell  reconoció  un
               sobreprecio impactante en el proyecto de petróleo y gas en la isla de Sajalín,

               en  el  Lejano  Oriente  —resultado  del  primer  acuerdo  de  reparto  de  la
               producción  del  país,  firmado  en  la  década  de  1990—,  apenas  una  semana
               después de firmar un memorando de entendimiento con Gazprom para incluir

               al  gigante  en  el  proyecto.  Durante  una  visita  de  Estado  a  Holanda  en
               noviembre,  Putin  amonestó  públicamente  al  director  ejecutivo  de  la
               compañía, Jeroen Van der Veer, en una reunión con empresarios en el hogar

               del  alcalde  de  Ámsterdam.[30]  Van  der  Veer  tuvo  que  implorar  en  la
               recepción que le concedieran un momento para reunirse con Putin en privado,

               y los dos pasaron veinte minutos discutiendo en alemán acerca de por qué un
               proyecto de 10.000 millones de dólares se había inflado hasta 20.000 millones
               de dólares, lo que pospondría significativamente los beneficios que recibiría
               el Gobierno ruso. Van der Veer intentó explicar que el enorme proyecto, que

               incluía  plataformas  mar  adentro  y  cientos  de  miles  de  oleoductos,  requería
               experiencia y tecnologías para producir gas natural líquido que ni Gazprom ni

               otras compañías rusas tenían. El proyecto igualmente sería lucrativo, a pesar
               del  coste  creciente,  pero  Putin  exigió  que  se  renegociara  el  acuerdo  con
               Gazprom,  así  y  todo.  Cuando  esas  negociaciones  se  prolongaron  durante
               meses,  el  Kremlin  permitió  al  fiscalizador  ecologista  del  Ministerio  de

               Recursos  Naturales,  Oleg  Mitvol,  llevar  adelante  un  asedio  altamente
               publicitado contra el proyecto por su daño al medio ambiente. En efecto, era

               cierto que había un impacto ambiental en Sajalín —en los estuarios de los
               salmones  y  las  zonas  de  apareamiento  de  las  ballenas  grises  en  el  mar  de
               Ojotsk—, pero la conservación de la vida silvestre nunca antes había tenido

               semejante prioridad. Mitvol ahora amenazó con abrir un caso penal por cada
               árbol que se había talado, e hizo el estrafalario cálculo de que Shell podía
               afrontar multas y aranceles por 50.000 millones de dólares.[31]

                    Shell,  que  era  propietaria  del  proyecto  junto  con  Mitsui  &  Co.  y

               Mitsubishi  Corporation  en  Japón,  captó  la  indirecta.  No  solo  consintió  un
               nuevo  acuerdo,  sino  que  vendió  sus  tenencias  mayoritarias  de  todo  el
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