Page 372 - El nuevo zar
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por todo el continente. El giro deliberado de Putin en Múnich fue como un
               silbatazo para una nación que compartía sus propias sensaciones de traición y
               asedio; desató una furia reprimida hacia los extranjeros, incluso diplomáticos.
               Cuando Estonia trasladó un monumento soviético en memoria de la guerra

               ubicado en un parque en su capital, Tallin, en abril de 2007, la red informática
               del  país  recibió  una  ola  paralizante  de  ciberataques  que  los  funcionarios

               estonios rastrearon hasta llegar a ordenadores en Rusia, incluida una con una
               dirección IP ubicada dentro de la Administración presidencial de Putin.[28]
               Se  la  describió  como  una  guerra  cibernética,  lanzada  furtivamente  por  una
               Rusia cada vez más belicosa, que ya no respetaba la soberanía de sus vecinos:

               exactamente aquello de lo que Putin acusaba a Estados Unidos.

                    En Rusia, Nashi, el grupo juvenil militar creado y nutrido por el Kremlin,
               tomó  la  embajada  de  Estonia.  Los  guardaespaldas  de  la  embajadora  de

               Estonia, Marina Kaljurand, tuvieron que utilizar gas pimienta para escapar a
               los nashistas que se abalanzaron sobre ella mientras salía de una conferencia

               de prensa en la que había intentado calmar las tensiones por el monumento.
               Su coche fue atacado mientras se iba, al igual que el del embajador de Suecia
               cuando intentaba visitar la embajada de Estonia. Estos incumplimientos del
               protocolo diplomático fueron tolerados por la habitualmente recelosa policía

               de  Rusia.  Tampoco  Putin  cedió  en  su  crítica  pública  de  la  hegemonía
               estadounidense; en la conmemoración anual del Día de la Victoria en la plaza

               Roja el 9 de mayo, comparó a Estados Unidos con el Tercer Reich por su
               «mismo desprecio por la vida humana» y por su mismo deseo de gobernar el
               mundo  por  decreto.  La  estabilidad  de  las  relaciones  internacionales  y  la
               arquitectura  de  seguridad  construida  tras  la  Guerra  Fría  —una  era  que

               auguraba una nueva paz para el continente— se estaban desintegrando en una
               convulsión de reproches mutuos.

                    Fue en ese punto cuando el Servicio Fiscal de la Corona británica llegó a

               un  avance  en  su  investigación  sobre  el  envenenamiento  de  Aleksandr
               Litvinenko.  En  mayo  de  2007,  anunció  que  había  suficientes  motivos  para

               acusar a Andréi Lugovói por el asesinato. Los fiscales no hicieron públicas las
               pruebas en ese momento, pero los británicos habían llegado a la conclusión de
               que solo el Kremlin podía haber autorizado una operación tan arriesgada y
               descarada.  Rusia  rehusó  desafiantemente  considerar  la  solicitud  de  Gran

               Bretaña  para  la  extradición  de  Lugovói.  Rusia  citó  su  prohibición
               constitucional  para  la  extradición  de  ciudadanos  rusos  y,  también,  la
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