Page 374 - El nuevo zar
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                                       EL PROBLEMA DE 2008









               En julio de 2007, Putin voló a la pequeña Guatemala en una misión personal
               que mitigaría un desaire internacional que databa de 1980, cuando la Unión

               Soviética fue país anfitrión de los Juegos Olímpicos de Moscú y gran parte de
               Occidente hizo boicot en protesta por la invasión de Afganistán. Traer otra
               vez los Juegos Olímpicos a Rusia se convirtió en una cruzada obsesiva que

               Putin  había  perseguido  desde  el  tiempo  en  que  Sobchak  presentó  la
               improbable  candidatura  de  San  Petersburgo  en  la  década  de  1990.  Como
               deportista  ávido  y  amante  del  buen  estado  físico,  yudoca,  esquiador  y

               nadador, a Putin le encantaban los Juegos Olímpicos; como líder, consideraba
               que ser su anfitrión era una forma de afirmar el retorno de Rusia a su justo
               lugar  en  la  escena  mundial.  En  2001,  no  mucho  tiempo  después  de  su

               investidura a la presidencia, fue en un viaje de esquí a St. Anton am Arlberg,
               en  Austria,  acompañado  por  un  oligarca  de  la  era  de  Yeltsin,  Vladímir
               Potanin, y Boris Nemtsov, el liberal que inicialmente había dado su apoyo a

               Putin. Viendo que el centro de esquí estaba enclavado en el paisaje alpino,
               Putin  lamentó  que  la  nueva  Rusia  no  tuviera  ninguno.  «Quiero  un  centro
               invernal de estilo europeo», les dijo a sus acompañantes.[1]


                    Los  oligarcas  en  deuda  con  Putin,  antiguos  y  nuevos,  accedieron.  En
               enero  de  2006,  Bank  Rosiya,  de  Yuri  Kovalchuk,  abrió  un  centro  de  esquí
               llamado  Ígora  a  unos  80  kilómetros  al  norte  de  San  Petersburgo  (en  la

               autopista hacia las dachas Ozero que Kovalchuk compartía con Putin), con
               siete  pistas,  aunque  con  una  pendiente  vertical  de  menos  de  120  metros.
               Potanin, cuyo holding empresarial, Interros, controlaba al gigante del metal
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