Page 378 - El nuevo zar
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acecho. Las afirmaciones reiteradas de Putin de que no modificaría la
Constitución para poder tener un tercer mandato finalmente se apagaron. La
élite había llegado a la poco alegre conclusión de que no eran solo evasivas.
Putin había creado su propio problema: deseaba ajustarse a la letra estricta de
la ley y asegurar una transición suave hacia un nuevo presidente, pero estaba
decidido a que fuera uno que solo él controlara. Su estrategia era
incuestionablemente autoritaria, pero buscó la pátina de la legitimidad,
temiendo que una repetición de una «revolución de color» —fomentada por
sus enemigos en el exterior— destrozara el sistema que había construido
durante casi ocho años.
Serguéi Ivanov todavía parecía el hipotético favorito en la campaña no
declarada para reemplazar a Putin, seguido de cerca por Dmitri Medvédev,
aunque periódicamente Putin dejaría caer indicios en broma de que otros
podían ser considerados: quizás su viejo amigo Vladímir Yakunin, de
Ferrocarriles Rusos, o incluso, en honor a la diversidad, la gobernadora de
San Petersburgo, Valentina Matvienko. Nadie se atrevía a declarar que
ambicionaba el puesto, lo cual usurparía la prerrogativa de Putin. Sin
embargo, Ivanov había reunido con discreción un consejo asesor para
preparar las posiciones políticas,[6] mientras que el trabajo de Medvédev en
los «proyectos nacionales» le aseguraba un rol público visible. Ambos
reunieron partidarios —y opositores— informales en las deliberaciones que
circulaban por el Gobierno, pero hacia fines del verano Putin todavía no había
dado señal de una decisión. No tenía prisa; un heredero designado podía
restarle atención y convertirlo en un hombre de paja, lo cual no solo parecía
inconcebible, sino también inaceptable. Como resultado de su irresolución,
las filas de la burocracia se paralizaron, renuentes a tomar decisiones que se
extendieran más allá del final de la presidencia de Putin o afectaran su lugar
en la Administración que fuera a venir.[7] Su irresolución también creó
tensiones peligrosas que se mostraban indecorosamente al público.
Putin avivó aún más la especulación cuando el 12 de septiembre presentó
el último acto en el teatro de la democracia dirigida. Mijaíl Fradkov, el primer
ministro leal y funcional desde 2004, entró en la oficina de Putin en el
Kremlin y, con cámaras encendidas, dimitió inesperadamente. «Entiendo el
proceso político que está teniendo lugar en este momento, y desearía que
pudieras obrar con la mayor libertad posible al tomar decisiones», dijo
Fradkov. No sonaba como un hombre que estuviera dejando el cargo por un