Page 381 - El nuevo zar
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del poder de Putin, los hombres a los que había instalado por todas las filas
               del  Gobierno,  ya  no  parecían  tan  sólidos  como  antes.  El  arresto  de  un
               subalterno  y  otros  cuatro  funcionarios  de  su  agencia  llevó  a  Cherkésov  a
               levantar la voz, quizás porque ya no podía acceder al presidente, acceso que

               estaba  controlado  por  un  rival  aliado  a  Sechin.  Agente  devoto,  incluso
               romántico,  sin  remordimientos  sobre  su  pasado  en  el  KGB,  Cherkésov

               escribió una extraordinaria carta abierta que apareció en la primera página de
               Komersant,  detallando  lo  que  hasta  entonces  había  sido  tema  solo  de
               especulación  y  rumor  acerca  de  la  actuación  interna  del  Kremlin  de  Putin.
               Escribió que había estallado una guerra en las filas de los servicios especiales,

               que  habían  sido  la  salvación  de  la  nación  pero  que  ahora  perseguían
               cínicamente  el  comercio  y  el  lucro.  Casi  acusó  al  FSB  de  arrestar  a  su

               subalterno  para  encubrir  su  complicidad  con  los  planes  de  Tri  Kita.  «No
               intentéis ser comerciantes y guerreros al mismo tiempo —escribió, y parecía
               dirigirse a todos los oficiales de inteligencia actuales y antiguos en la corte de

               Putin—. No es posible. Es lo uno o lo otro.»[12] La lucha dentro de las filas
               de Putin no podía ganarse, continuaba él; era una guerra que terminaría con la
               completa  disolución  de  lo  que  había  construido  Putin.  Curiosamente,  sin

               embargo, no lo llamó «Estado». Lo llamó «corporación».

                    Las luchas internas continuaron durante el otoño, y ni Putin ni Zubkov
               parecían capaces de controlarlas. En noviembre, el informe ya olvidado —o

               posiblemente  censurado—  sobre  las  actividades  ilícitas  de  Putin  en  el
               escándalo  de  exportación  ocurrido  en  San  Petersburgo  hacía  dieciséis  años
               volvió a resurgir. La «guerra de clanes» ahora parecía dirigida a desacreditar a
               Putin,  quien  pronto  se  topó  con  las  primeras  acusaciones  públicas  de  que

               había amasado una fortuna para sí utilizando como fachada a sus amigos más
               allegados  de  San  Petersburgo,  Yuri  Kovalchuk  y  Guenadi  Timchenko.

               Rumores de un golpe de Estado retumbaban por todo Moscú, tal como en el
               último verano de la presidencia de Yeltsin, aunque en este caso nunca estuvo
               claro  si  la  intención  era  derribar  a  Putin  o  derribar  la  Constitución  y

               mantenerlo a él en funciones. Una petición de calma apareció en el periódico
               nacionalista  Zavtra,  en  la  forma  de  una  carta  firmada  por  cinco  antiguos
               directores  o  directores  regionales  del  KGB  soviético,  como  Vladímir

               Kriuchkov, el hombre que había llevado adelante el golpe frustrado de 1991.
               «Confiad  en  nuestra  experiencia  —escribieron—.  Podría  ocurrir  un  gran
               desastre.»[13]
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