Page 385 - El nuevo zar
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actores muy buenos. Grízlov le explicó a Putin que él y otros líderes de
partido habían llegado a una decisión unánime: ni Ivanov ni Zubkov ni
ninguno de los otros candidatos, cuyos nombres no dieron, que habían sido
alentados por el propio Putin, sino aquel cuya estrella parecía haberse
opacado en el último año, Dmitri Medvédev, el pequeño protegido que había
trabajado lealmente junto a Putin durante ya diecisiete años.[17] Medvédev
justo estaba presente cuando las cámaras de televisión de pronto hicieron un
barrido para revelar que Putin se volvía hacia él con fingido desconocimiento.
—Dmitri Anatólievich, ¿te han consultado sobre esto?
—Sí —contestó, cumpliendo su papel con la misma diligencia que el resto
—. Hubo consultas preliminares y fueron positivas. Continuaremos con estas
discusiones hoy y mañana.
Putin entonces se quejó de que se acumulaban «muchos sucesos políticos
en un período de tiempo bastante corto» antes de Año Nuevo, «pero la vida
debe continuar y la ley requiere que comencemos la campaña presidencial».
Sonaba molesto, como si las elecciones fueran algo tedioso y molesto a lo que
tenía que acostumbrarse. En lugar de anunciar explícitamente a su heredero
como había hecho Yeltsin, Putin quería causar la impresión de que su propia
decisión la habían tomado otros, con el consentimiento de un «amplio
espectro de la sociedad rusa», representada por los líderes de partido que
estaban en la sala. Putin, con las riendas del poder en la mano, quería
conservar la simulación de una decisión plural, una democracia «dirigida», no
un decreto autoritario. A pesar de toda la bravata y ridiculización oscura de
Occidente, Putin todavía buscaba su validación, algo que una enmienda
constitucional para seguir en el poder hubiese descartado. Putin, legalista,
buscaba una forma de asegurarse su sucesión conforme a la estricta letra de la
ley, si no al espíritu.
Para los clanes del Kremlin, Medvédev parecía la opción menos
disruptiva, aceptable para las diversas facciones dispuestas debajo de Putin,
con la excepción, quizás, de Serguéi Ivanov e Ígor Sechin.[18] El resto no lo
veía como una amenaza seria para nadie, mucho menos para el mismo Putin.
Medvédev tenía sus aliados en el Gobierno —los otros «liberales» y
reformistas—, pero no tenía una base de poder propia. Al final de su
presidencia, Putin había orquestado un traspaso de poder apenas plausible
para una superpotencia resurgente, pero ni siquiera entonces reveló su propio