Page 384 - El nuevo zar
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nueva  votación.  Para  entonces,  como  Kaspárov  había  advertido  en  su
               campaña, era imposible desafiar los mecanismos legales que aseguraban una
               victoria predestinada. Los otros partidos, encabezados por los comunistas, se
               quedaron muy atrás, aunque a los liberales-demócratas les fue lo bastante bien

               como para que Andréi Lugovói ganase un escaño. El día después del voto,
               Putin declaró que el resultado significaba la madurez de la democracia del

               país.





               Con las elecciones presidenciales a solo unos meses, el futuro de Putin seguía

               siendo  poco  claro,  incluso  para  sus  más  allegados.  Se  enfrentaba  con  la
               elección  decisiva  de  su  carrera  política.  Su  mayor  legado  —después  de  la
               conquista de Chechenia, el auge económico, la obtención de la candidatura

               para los Juegos Olímpicos— sería el traspaso del poder. En la larga historia
               de Rusia, solo un frágil Boris Yeltsin había dimitido voluntariamente, y ahora
               Putin se encontraba frente a la misma encrucijada. Con una generosa mayoría

               constitucional, podía fácilmente, incluso a última hora, introducir a presión
               una  reforma  de  la  Constitución  y  permanecer  en  funciones.  Seguramente,
               habría  pocas  protestas  en  Rusia,  donde  su  popularidad  seguía  siendo

               asombrosamente  alta,  y  el  reproche  que  probablemente  vendría  de  la
               comunidad internacional solo confirmaría su argumento de que los enemigos
               del país se negaban a aceptar que su destino era volver a ser una potencia. O

               podía  entregarle  el  poder  a  un  nuevo  líder  y  retirarse,  pues  la  misión
               inesperada que le había sido asignada por Yeltsin hacía ocho años —«Cuida a
               Rusia»— podía decirse que había sido cumplida superando las expectativas

               de cualquiera en ese momento.

                    Ocho meses después de las elecciones parlamentarias y casi tres antes de
               las  presidenciales,  Putin  al  fin  aclaró  su  decisión  con  una  última  pizca  de

               teatralidad  antes  de  las  prolongadas  vacaciones  de  invierno.  El  10  de
               diciembre,  el  líder  de  Rusia  Unida,  Boris  Grízlov,  se  unió  a  los  líderes  de
               otros  tres  partidos  en  la  oficina  de  Putin  en  el  Kremlin.  Ellos  habían

               deliberado sobre los posibles candidatos para la función más alta de la nación,
               le  dijo  Grízlov  a  Putin,  y  querían  discutir  con  él  en  detalle  sus
               recomendaciones. La reunión se desarrolló como si fuera una consulta, no una

               decisión ya tomada por Putin. Era la política como arte escénico, aunque sin
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