Page 373 - El nuevo zar
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hipocresía de Gran Bretaña por sus reiterados rechazos a las solicitudes de
Rusia de llevar ante sus tribunales a Boris Berezovski. En abril, Berezovski
había dicho a The Guardian que estaba financiando activamente un intento
para fomentar una nueva revolución en Rusia entre la élite política y
empresarial, que, creía él, era la única esperanza de cambio, no la próxima
elección del sucesor de Putin. «No es posible cambiar este régimen a través
de métodos democráticos —le dijo a un periódico—. No puede haber cambio
sin fuerza, presión.»[29] El Kremlin declaró que la amenaza de Berezovski
era un quebrantamiento de la nueva ley sobre extremismo y reiteró su petición
de extradición. Lugovói realizó su propia aparición carnavalesca ante la
prensa, burlándose de la formulación de cargos y acusando en cambio al MI6
(el servicio de inteligencia británico, que había intentado reclutarlo), al brazo
español de la mafia rusa (presumiblemente, en represalia por la reunión de
Litvinenko con las autoridades allí) y a Berezovski por el asesinato del
hombre al que en otro tiempo había sostenido financieramente. Él mismo
había sido contaminado con polonio 210, dijo, «para uso futuro en un
escándalo político».[30]
El espectáculo acrecentó la sospecha en Rusia de que el asesinato de
Litvinenko, como el de Politkóvskaia y otros, era parte de una conspiración
elaborada para dictar el resultado de la transición política de Rusia. Las únicas
preguntas pendientes de respuesta eran si los conspiradores estaban dentro o
fuera de Rusia y si estaban conspirando para mantener a Putin en el poder o
para forzarlo a abandonarlo. En junio, dos días después de que Gran Bretaña
expulsara a cuatro diplomáticos rusos en represalia por la negativa de Rusia a
extraditar a Lugovói, la policía británica detuvo a un ruso misterioso que
había llegado a Londres con papeles falsos. Con la sospecha de que intentaba
matar a Berezovski, lo expulsaron del país.[31] En julio, aviones de combate
de la Real Fuerza Aérea británica debieron apresurarse para interceptar
bombarderos estratégicos rusos TU-95, que ponían a prueba las defensas
aéreas británicas como había hecho la Unión Soviética en la Guerra Fría. Era
como si el oso que había sido la Unión Soviética se hubiera despertado tras
dos décadas de hibernación.