Page 453 - El nuevo zar
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Putin nunca se molestó en explicar sus razones para retornar a la presidencia,
al Kremlin. Podía haberse quedado como líder supremo, incluso con
Medvédev ocupando el cargo de presidente en un segundo mandato. Quizás
no había otra razón más que la obvia, aunque, según sus más ardientes
seguidores, Putin sentía que su sucesor no había sido un líder suficientemente
fuerte. En los días y meses posteriores al anuncio, incluso quienes lo
apoyaban se aprestaron a desacreditar a Medvédev por las debilidades que
había mostrado durante la guerra en Georgia y su fracaso para detener la
guerra de la OTAN en Libia. Hasta la anécdota de que se le había prohibido
contarle de su dimisión a su esposa contenía la insinuación de que no era lo
bastante hombre como para confiar en que su esposa no le insistiera para que
se postulara otra vez. Con estas explicaciones se trataba de justificar la jugada
de Putin, pero no explicaban su motivo. Ni tampoco él sintió nunca que
debiese explicarlo. El cargo era suyo si lo quería, lo cual, en su mente, parecía
ser suficiente explicación.
De pronto, la trascendencia de la enmienda constitucional para alargar el
mandato presidencial se hizo patente en la mente de aquellos que lamentaban
una nueva presidencia de Putin. En lugar de cuatro años más, Putin cumpliría
seis, hasta 2018. Si se postulaba para otro mandato tras ese —un cuarto—,
podría ser líder de Rusia hasta 2024, y superar a Brézhnev en longevidad
política. Solo Stalin, en el poder durante treinta y un años, había permanecido
más en el cargo. Los críticos de Putin e incluso algunos de sus simpatizantes
comenzaron a contar los años de sus propias vidas, visualizando la edad que
tendrían cuando, conforme a la «democracia dirigida» que había impuesto el
Kremlin, fuese concebible quizás que otro líder emergiera en Rusia.
Fotografías retocadas para mostrar el proceso de envejecimiento se volvieron
memes populares en internet. El periódico de oposición Nóvaia Gazeta
publicó caricaturas a lápiz de Putin en el presumible final de su carrera
política, con el rostro arrugado por la edad, la línea de crecimiento del pelo
incluso más retirada, en un traje engalanado con medallas y cintas de capitán
general. También aparecían todos sus altos asistentes, los que habían estado
con él desde el principio, con el aspecto de encorvados veteranos de la Gran
Guerra Patriótica, aún reverenciados y honrados por hazañas de un pasado
lejano.[10]