Page 455 - El nuevo zar
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caos de la década de 1990 era un recuerdo distante, y muchos de aquellos que
más se habían beneficiado del auge de Putin ahora esperaban también una
cultura política más moderna, más abierta. El Kremlin mantenía su puño de
acero sobre el relato de la televisión, pero la «videocracia» que se mantenía
en el centro de su mística se había vuelto rancia, sujeta a la sátira
característica de la literatura rusa desde Gógol. La oposición a la rokirovka se
agitaba en el espacio que aún escapaba a las manipulaciones del Kremlin. La
frustración y el enfado sobre el retorno de Putin llenó todos los medios y
redes sociales en internet —Twitter, YouTube, Facebook y su clon ruso,
VKontakte— y la hostilidad se transformó en revuelta, aunque por ahora solo
virtual. Los arquitectos de la rebelión provenían en desproporcionada medida
de la clase educada: aquellos con dinero y conocimientos técnicos, aquellos
que navegaban con facilidad los medios que anulaban las fronteras
tradicionales de la comunicación. Los llamaban «hámsteres de internet» y
generaron una primera oleada de denuncias y sermones, parodias y burlas que
ridiculizaban libremente a Putin —sus excentricidades, su obvia cirugía
estética, su humillado secuaz—, como ya no se atrevían a hacer los medios
oficiales.
El descontento pronto se propagó. Cuando Putin apareció en el ring de un
combate de «lucha final» en el Estadio Olímpico de Moscú en noviembre, fue
recibido con abucheos y silbidos, aunque los defensores del Kremlin
intentaron sugerir, de manera poco convincente, que la ira de la audiencia iba
dirigida al perdedor de la pelea, un estadounidense, o a las largas colas para ir
al baño. En las noticias de la noche, apareció una secuencia muy editada que
silenciaba el abucheo, pero el vídeo original se difundió en internet; Alekséi
Navalni lo recuperó y alegremente declaró que la áspera recepción de Putin
por parte de sus fans marcaba «el fin de una era».[12] Putin se había
encontrado con electores enfadados antes, pero en este caso el abucheo
provenía de una muchedumbre que presumiblemente incluía a sus más
ardientes seguidores. Los opositores a Putin se entusiasmaron con ese
despliegue indecoroso que cuestionaba el mito de que la oposición a Putin
existía solo entre la élite minoritaria, la intelligentsia, como alguna vez se la
había llamado, o los hipsteri, la nueva adaptación de Occidente preferida por
la nueva generación.
Con la noticia de su retorno al Kremlin, la popularidad de Putin descendió
a su nivel más bajo desde 2000. El partido que habían construido sus