Page 456 - El nuevo zar
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estrategas cayó incluso más, rechazado por la creciente legión de críticos que
lo consideraban un mal reconstituido Partido Comunista de la Unión
Soviética, solo que más corrupto. Para cuando las elecciones parlamentarias
se celebraron, en diciembre, era evidente que los cimientos del poder de Putin
se habían fracturado. Los modelos que habían funcionado desde 2000 ya no
bastaban. La creación por parte del Kremlin de un nuevo partido de
«oposición» pronegocios, llamado Causa Justa, con la idea de darle una
apariencia de intriga a la política del país, se convirtió en una farsa cuando el
líder reclutado, el multimillonario Mijaíl Prójorov, vio cómo se les impedía a
sus simpatizantes asistir al congreso del partido organizado para nominarlo.
Nadie creía que el partido tuviera ninguna posibilidad de ganar, pero
Medvédev había convencido a Prójorov de hacer política, solo para que las
maquinaciones del genio político del Kremlin, Vladislav Surkov, lo hicieran a
un lado.[13] Prójorov, un empresario que había comprado el New Jersey
(luego Brooklyn) Nets de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA, por
sus siglas en inglés) en 2010, había supuesto inocentemente que podría tener
independencia política. Dijo que el poder de Putin no era monolítico y que
había partidarios suyos entre las filas de Putin, pero su desplazamiento dejó
claro que estaban perdiendo posiciones. «En Rusia —dijo—, todas las luchas
son internas.»[14]
Por lo tanto, las elecciones parlamentarias se desarrollaron como las
anteriores, con los mismos partidos atrofiados, sancionados por el Estado, que
eran ya canosos habituales del statu quo político. Se los llamó «el sistema de
oposición», ya que, aunque nominalmente representaba la supervisión del
poder, a la vez se encontraban a su completo servicio: los comunistas de
Ziugánov, los liberales-demócratas de Yirinovski y una versión remozada de
los nacionalistas, ahora llamada Rusia Justa, y liderada por Serguéi Mironov,
el discípulo de Putin que lo había «desafiado» en 2004. Otros partidos
menores que podían haber supuesto un desafío, como Yábloko o el de Boris
Nemtsov, fueron asfixiados por la burocracia electoral o legal, asediados u
obstaculizados para registrarse. Incluso si hubiesen logrado llegar a las urnas,
los genuinos opositores a Putin eran tan variados e indefinidos, estaban tan a
la deriva después de más de una década de abrevar en los márgenes políticos,
que no lograban unirse en favor de ningún partido o líder. Algunos se habían
resignado a ese boicot, pero activistas como Navalni instaban a votar igual,
por cualquiera, excepto el «partido de los estafadores y los ladrones». Ahora