Page 46 - El nuevo zar
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delgado.[39]

                    Finalmente,  tras  casi  una  década  de  tediosa  vigilancia  de  extranjeros  y
               disidentes  en  Leningrado,  Vladímir  estaba  aprendiendo  el  oficio  que  había
               imaginado  de  pequeño.  Los  tres  departamentos  principales  del  instituto

               estaban encabezados en ese tiempo por veteranos de la «época dorada» del
               espionaje del KGB, es decir, los años previos, simultáneos y posteriores a la
               Segunda Guerra Mundial: Yuri Modin en inteligencia política, Iván Shishkin

               en  contrainteligencia  y  Vladímir  Barkovski  en  inteligencia  científica  y
               tecnológica. Todos ellos forjaron sus reputaciones como espías en Londres, y
               Modin fue el último director de un grupo que pasó a conocerse como «los

               cinco  magníficos»:  los  jóvenes  graduados  de  Cambridge,  incluido  Kim
               Philby, que fueron reclutados durante la década de 1930 como agentes de la
               Unión Soviética y, finalmente, accedieron a los niveles más altos del poder

               británico. Aunque había pasado mucho tiempo desde que la operación fuese
               expuesta  y  desmantelada,  esta  seguía  siendo  «un  modelo  para  los  jóvenes

               oficiales  de  inteligencia»  en  el  instituto.[40]  El  camarada  Plátov  estaba
               aprendiendo de las estrellas del KGB.

                    El 28 de abril de 1985, cuando aún estaba estudiando en la universidad,
               Liudmila  dio  a  luz  a  una  hija.  Quiso  ponerle  el  nombre  de  Natasha,  pero

               Vladímir  ya  lo  tenía  decidido:  se  llamaría  María  —o  Masha—,  como  su
               madre. Él no estuvo presente durante el nacimiento de su hija, pero, una vez
               que  la  madre  y  el  bebé  dejaron  el  hospital,  recibió  un  permiso  de  visita  y

               celebró su nueva familia con Sergéi Rolduguin, que fue el padrino de María,
               en la dacha del padre de Rolduguin cerca de Víborg, junto a la frontera con

               Finlandia. Sin saberlo ni ella siquiera, Liudmila estaba pasando por un control
               exhaustivo  de  salud  y  temperamento;  lo  supo  solo  cuando  la  citaron  de  la
               Oficina de Administración de la universidad y le dijeron que había quedado
               libre de toda sospecha.[41]


                    Vladímir era ahora un hombre de familia establecido, y se encontraba ante
               la coyuntura más crucial de su vida hasta el momento. Sus esperanzas de ir al
               exterior  —de  ascender  al  trabajo  de  élite  de  la  inteligencia  exterior—

               dependían de su éxito en el Instituto Bandera Roja y, decididamente, ese era
               un asunto complicado. Era obvio por su inmersión lingüística que prestaría
               servicios  en  un  país  de  habla  germana.  El  único  interrogante  era  si  sería

               asignado al Occidente capitalista —es decir, Alemania Occidental, Austria o
               Suiza— o al satélite soviético del Este, la República Democrática Alemana.
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