Page 50 - El nuevo zar
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bloques de pisos para alojar a tres mil personas. También había un edificio
separado del resto, donde los oficiales se colocaban voluminosos auriculares
sobre las orejas y escuchaban durante horas conversaciones grabadas con
dispositivos de escucha ocultos por toda la ciudad. El jefe de la Stasi en
Dresde, Horst Böhm, tenía una oficina en el segundo piso del edificio
principal, desde el cual se veía un patio pavimentado donde los oficiales de la
Stasi jugaban al vóley y al fútbol, a veces con sus compañeros del KGB
llegados desde el otro lado.
Tan estancada era la vida en la Unión Soviética en ese entonces que
incluso un sistema socialista esclerótico como el de Alemania Oriental
parecía próspero en comparación, lleno de peligrosas tentaciones,
especialmente para oficiales jóvenes del KGB y el Ejército Rojo: mujeres,
dinero y alcohol. Todos ellos, sendas peligrosas hacia la degeneración
ideológica.[5] Los oficiales y soldados soviéticos desplegados en Alemania
iban en busca de lo que fuera que pudieran adquirir —pantalones vaqueros,
pornografía o incluso armas— para venderlo o canjearlo en el mercado negro
por vodka, entonces limitado por los comandantes del Ejército Rojo. Incluso
en el cuadro de élite del KGB, los oficiales y sus esposas compraban comida,
ropa y electrónica —lujos que escaseaban en su país— y los enviaban a sus
casas para que otros los vendieran en un famélico mercado negro.
Con su llegada a Dresde en agosto de 1985, Vladímir había cumplido su
sueño de infancia: ahora era un oficial de inteligencia exterior enviado al
extranjero para combatir a los enemigos del Estado. Y, sin embargo, su
experiencia era mucho menos cinematográfica de lo que alguna vez había
imaginado. Ni siquiera era un agente encubierto. Era un oficial del KGB, que
se unía al personal disoluto y cínico de un puesto fronterizo provincial del
imperio de la agencia. Sus colegas pronto lo apodaron Pequeño Volodia,
puesto que ya había otros dos Vladímir en la mansión de la calle Angelika,
Volodia grande y Volodia bigotudo.[6] Volodia Grande era Vladímir Usoltsev,
que había llegado dos años antes. Había entrenado y prestado servicios en
oficinas provinciales del KGB en Bielorrusia y Krasnoyarsk, y para entonces
estaba muy hastiado.
Cuando Konstantín Chernenko murió, ese mismo año, antes de que
llegara el Pequeño Volodia, Usoltsev y sus colegas brindaron por la
enfermedad que se lo había llevado tan rápido, en lugar de dejar que el país
soportara otro prolongado período de incertidumbre. Usoltsev se burlaba de la