Page 52 - El nuevo zar
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la Stasi y a sus familias. Era una comunidad pequeña y autónoma de policía
secreta y espías. El vecindario contaba con una tienda de artículos militares,
un local que vendía productos rusos, escuelas para los niños, un cine que
proyectaba películas soviéticas y una bania (la versión rusa de una sauna).
Más adelante, el mayor Putin se mudó a un apartamento en el cuarto piso,
sobre la primera de las doce entradas individuales del edificio, cada una de las
cuales tenía su propia escalera, aunque no había ascensores. El piso tenía solo
cuatro habitaciones que abarcaban 65 metros cuadrados. No era lujoso, pero
era la primera casa propia que tenía.
Cuando llegó Liudmila en el otoño de 1985, acunando a Masha, encontró
en la mesa de la cocina una cesta con plátanos, faltantes por entonces en su
país. Al principio, le parecía que se habían despertado dentro de un sueño. El
vecindario era encantador, las calles estaban limpias. Las ventanas del
apartamento se limpiaban una vez a la semana. Las esposas alemanas tendían
la ropa recién lavada en hileras sostenidas por postes de metal en jardines
herbosos, arreglados y muy parecidos unos a otros.[11]
El puesto fronterizo en Dresde supervisaba el trabajo del KGB en cuatro
de los distritos sureños de Alemania Oriental: Dresde, Leipzig, Gera y Karl
Marx Stadt. El mayor Putin y sus colegas participaban en operaciones de
inteligencia, contrainteligencia, análisis y, otra de las crecientes obsesiones
del Centro, espionaje científico y tecnológico, todos enfocados
principalmente en el enemigo del otro lado de la frontera, no muy lejos.
Compartía una oficina del segundo piso con Usoltsev, que llamaba a ese
espacio «la celda» y al Pequeño Volodia su «compañero de celda». La
habitación tenía dos escritorios, una caja de seguridad para los papeles
clasificados y dos teléfonos, aunque con una sola línea. El Pequeño Volodia al
principio temía responder el teléfono, avergonzado por sus esfuerzos con el
alemán, aunque con el tiempo mejoró hasta el punto de que pudo adoptar el
dialecto sajón.[12] Como estudiante, había llegado a querer la cultura
alemana, su historia y su literatura, y ahora estaba inmerso en ella. «A veces,
sabía más que yo», recordó Horst Jehmlich, un asistente jerárquico de Böhm,
el jefe de la Stasi en Dresde. El ruso con frecuencia le pedía a Jehmlich que le
explicara expresiones idiomáticas del alemán, siempre buscando mejorar sus
habilidades lingüísticas.[13]
Usoltsev estaba intrigado respecto de su nuevo colega, su sentido del
humor y sus raíces modestas. Excepto por los coqueteos de su abuelo en la