Page 48 - El nuevo zar
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EL OFICIAL DEVOTO DE UN
IMPERIO AGONIZANTE
De todos los Estados socialistas establecidos por la victoriosa Unión Soviética
tras la guerra, la República Democrática Alemana parecía haber construido el
paraíso de los trabajadores que prometía el comunismo, excepto que lo
administraban la opresión y el terror tanto como la ideología. El Ministerio
para la Seguridad del Estado —la Stasi— mantenía una red de noventa y un
mil empleados, con al menos ciento setenta y tres mil informantes, quizás
más, en una nación de diecisiete millones de personas. «Es tan posible
demarcar el perímetro de la Stasi —escribió un historiador acerca de la
omnipresencia del ministerio— como lo es cercar una fragancia en una
habitación.»[1] Para Vladímir Putin, recién ascendido al rango de mayor, era
como si hubiera retrocedido en el tiempo. Consideraba a Alemania Oriental
«un país de severo totalitarismo»,[2] y no tanto una nación como un aparato
de seguridad ubicuo. Le gustaba mucho.
El KGB mantenía una presencia enorme en Alemania Oriental. En su base
de Karlshorst en Berlín, donde el ejército soviético además tenía un cuartel
general, empleó a cientos de trabajadores durante la Guerra Fría. Los oficiales
de la Stasi —«estimados amigos», como los llamaban invariablemente sus
pares soviéticos— eran tanto aliados como rivales. La Stasi realizaba gran
parte del trabajo político del KGB, pues proporcionaba la mayoría de los
informes de inteligencia que se enviaban por telegrama al Centro en Moscú,
no solo desde Alemania, sino también desde todo el bloque soviético. El
KGB, asimismo, trataba a sus «estimados amigos» con un recelo