Page 47 - El nuevo zar
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Prestar servicios encubiertos en Occidente le hubiera exigido otro año o dos
               en el instituto, con capacitaciones cada vez más especializadas respecto de las
               costumbres  locales,  que  con  frecuencia  podían  delatar  el  origen  extranjero:
               aspectos básicos de la vida capitalista, como las hipotecas, podían dejar fuera

               de juego y al descubierto a un agente soviético.[42] Más adelante, Vladímir
               diría que él prefería prestar servicios en Alemania Oriental, pero la decisión

               no era suya.

                    La  comisión  evaluadora  del  instituto  decidía  las  asignaciones  sobre  la
               base  del  desempeño  y  el  comportamiento  personal.  Y,  en  contra  de  las
               apuestas,  el  comportamiento  de  Vladímir  lo  hizo  peligrar  todo.  Tenía

               permitido regresar a Leningrado por recesos cortos y, durante uno de ellos,
               nuevamente  se  involucró  en  una  pelea  en  el  metro  con  un  grupo  de
               camorreros,  según  relató  a  Sergéi  Rolduguin.  Esta  vez  sufrió  tanto  como

               aquellos a los que enfrentó, pues se fracturó un brazo en la pelea. Le dijo a
               Rolduguin que habría consecuencias y, ciertamente, fue reprendido, aunque

               nunca  explicó  a  su  amigo  cuál  fue  el  castigo.  «Tiene  un  defecto  que  es
               objetivamente  negativo  para  los  servicios  especiales:  corre  riesgos  —dijo
               Rolduguin—. Conviene ser más cauteloso y él no lo es.»[43]

                    La evaluación de fin de año de su desempeño fue mediocre. No padecía

               de ambición excesiva —la palabra «arribista» era prácticamente un insulto en
               el  sistema  soviético—,  pero  el  coronel  Frolov  notó  varias  características
               negativas.  Era  «reservado  y  poco  comunicativo»  y,  si  bien  era  «listo»,

               también poseía «cierta tendencia academicista», una forma cortés de describir
               su pedantería.[44]  No  contaba  con  las  conexiones  o  trasfondo  familiar  que

               pudieran allanarle el camino hacia un puesto prestigioso. La pelea en el metro
               de Leningrado contribuyó casi con certeza al abrupto fin de sus estudios en el
               Instituto  Bandera  Roja.  En  lugar  de  realizar  durante  otros  dos  años  la
               formación  para  integrar  las  filas  de  élite  del  espionaje,  Vladímir  dejó  los

               estudios al final del primer curso. Y, cuando recibió su asignación, esta no fue
               para Alemania Occidental, sino para la del Este. Ni siquiera para Berlín, un

               gran centro de espionaje de la Guerra Fría desde la derrota de los nazis, sino
               para  Dresde,  la  capital  provincial  de  Sajonia,  cerca  de  la  frontera  con
               Checoslovaquia.  Por  primera  vez,  disponía  de  un  pasaporte  internacional.
               Tenía casi treinta y tres años y nunca había salido de la Unión Soviética.
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