Page 487 - El nuevo zar
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que los dividían, en especial el conflicto cada vez peor en Siria. Los asistentes
               de Obama habían elaborado un plan para negociar el exilio del presidente de
               Siria, Bashar al Asad, pero se basaba en el supuesto de que Al Asad dimitiría
               —y  de  que  Putin  lo  convencería  de  hacerlo—.  Consciente  de  la

               «capitulación»  de  Medvédev  respecto  de  Libia  en  las  Naciones  Unidas  en
               2011,  Putin  dejó  claro  que  no  permitiría  que  Estados  Unidos  liderara  otra

               intervención extranjera para deponer a un líder soberano, sin importar cuántas
               vidas se perdieran en un conflicto de creciente brutalidad. El Gobierno de Al
               Asad seguía siendo uno de los últimos aliados de Rusia en Oriente Medio, un
               importante  comprador  de  armas  y  la  sede  de  una  base  naval  rusa  sobre  el

               Mediterráneo, en Tartús, pero la principal preocupación de Putin era evitar,
               según su visión, que Estados Unidos desatara las fuerzas del radicalismo una

               vez más. Algunos funcionarios en Washington y otras capitales minimizaron
               el  antiamericanismo  de  la  campaña  política  de  Putin  como  una  apelación
               cínica a una resistencia patriótica contra los enemigos externos de Rusia, pero

               juzgaron mal cuán profundamente modelaba ahora el pensamiento de Putin.
               La  palpable  decepción  internacional  que  había  recibido  a  su  retorno  a  la
               presidencia, la consternación sobre las enérgicas medidas contra las protestas,

               las  denuncias  respecto  de  los  juicios  de  Pussy  Riot  y  los  disidentes  de
               Bolotnaia:  todo  había  servido  para  endurecer  la  visión  de  Putin  de  que
               Occidente se oponía hostilmente a él y sus intereses y, por lo tanto, se oponía

               hostilmente a Rusia.

                    El lenguaje de Putin evocaba ahora los peores períodos de la Guerra Fría,
               refrendado y amplificado por el círculo de hombres fuertes que dominaban su
               gabinete,  lo  cual  alejaba  hacia  los  márgenes  las  voces  más  moderadas  que

               habían  rodeado  a  Medvédev.  El  restablecimiento  de  «agentes  extranjeros»
               como apelativo sugería que el Kremlin ahora veía la defensa de los derechos

               humanos o los esfuerzos como los de Navalni por exigir la responsabilidad
               del Gobierno como un delito contra la soberanía del Estado. Después de todo,
               Navalni había participado en un posgrado sobre liderazgo para graduados en

               la Universidad de Yale. Eso, solo era motivo de sospecha.

                    En el verano de 2012, los fiscales habían reabierto una investigación penal
               contra  Navalni,  en  que  se  lo  acusaba  de  «malversar»  500.000  dólares  en
               madera  en  la  región  de  Kírov  durante  su  actuación  como  consultor  no

               remunerado para el Gobierno de la región. Sucedió una semana después de
               que  hubiese  publicado  pruebas  que  sugerían  que  el  líder  del  comité
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