Page 494 - El nuevo zar
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localizables, pero que solo los despertaba cuando debía hacerlo. Cuando se le
               consultó,  dijo  que  desconfiaba  de  los  medios  de  comunicación  por
               considerarlos sesgados, una curiosa confesión dado el control obsesivo que
               ejercía el Kremlin sobre casi todos los canales. Dijo preferir la información

               que recibía en las reuniones con sus hombres, como Serdiukov e Ivanov, que
               consideraba «mucho más completa y mucho más precisa». El escritorio en su

               oficina no tenía un ordenador que lo conectara a internet, donde, si él así lo
               quería, podía quizás encontrar información que cuestionaba lo que se había
               convertido en una visión del mundo circunspecta, reforzada por los cortesanos
               que rara vez se atrevían a contradecirlo.


                    A pesar del tono adulador, el documental, al igual que otro en alemán que
               había sido programado para que coincidiera con su investidura cinco meses
               antes, llegaba a ser revelador. Ambos lo mostraban rodeado constantemente

               de sus asistentes y guardias, pero nadie más. Entrenaba solo. Nadaba solo.
               Desayunaba solo. Nadie de su familia aparecía en ninguna de las películas —

               ni su esposa ni sus hijas, María, que entonces tenía veintisiete años, y Katia,
               que tenía veintiséis— ni ningún otro amigo suyo. Su compañero más cercano
               parecía ser su labradora negra, Koni, que esperaba junto a la piscina mientras
               él completaba sus largos. En la película de NTV, el único signo de Medvédev,

               una vez su asistente más cercano y aún su primer ministro, llegó cuando Putin
               señaló  una  bicicleta  tándem  roja  aparcada  tristemente  fuera  del  gimnasio.

               Había sido un regalo de Medvédev, explicó Putin, mientras entrenaba con las
               pesas, «obviamente a modo de broma». No parecía tener uso. Un crítico de
               televisión consideró que la soledad del líder era una invención improbable,
               cuya  intención  era  convencer  a  los  televidentes  de  que  no  era  la  figura

               corrupta e insensible que los disidentes mostraban, sino más bien el dedicado
               empleado público que se sacrificaba por la nación.






               La vida personal de Putin seguía siendo un secreto bien guardado para todos,
               excepto aquellos que lo conocían mejor, un círculo pequeño y discreto; un

               círculo que había sido notablemente constante a lo largo de los años, pero que
               también era cada vez más insular. Todo lo que los rusos sabían de la vida de
               Putin,  lo  sabían  de  esta  forma,  en  vistazos  medidos  y  pequeños  que  el

               Kremlin  preparaba  o  permitía  que  aparecieran,  siempre  circunspectos,
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