Page 512 - El nuevo zar
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enfureció a Putin, según un asistente. «Tiene esa postura encorvada —dijo
Obama—, como un niño aburrido en el fondo del aula.» Los asistentes de
Obama estaban convencidos de que Putin anhelaba el respeto que involucraría
dicha reunión entre los dos líderes mundiales, pero Putin actuó como si le
importara mucho menos de lo que ellos suponían. «No se puede bailar tango
solo», declaró el portavoz de Putin, Dmitri Peskov.[13]
Al cabo de semanas, los sucesos en Siria demostraron que Peskov tenía razón.
En agosto, una lluvia de misiles cargados con gas nervioso cayó sobre un
suburbio de la capital de Siria, Damasco, y mató a mil cuatrocientas personas.
Obama había advertido dos años antes de que el uso de armas químicas por
parte del Gobierno de Siria cruzaría «una línea roja» que provocaría una
respuesta militar de Estados Unidos, y, al cabo de una semana, el Pentágono
había elaborado planes para un contraataque con misiles contra el ejército de
Siria. Putin no dijo nada públicamente, pero funcionarios rusos salieron
corriendo a enturbiar el debate y sembraron dudas sobre los indicios de que
las fuerzas del presidente Bashar al Asad hubieran sido responsables. Putin le
dijo al primer ministro británico, David Cameron, que no había pruebas de «si
se produjo un ataque químico» ni, en tal caso, de quién lo había llevado a
cabo. Putin tenía poca simpatía personal por Al Asad; a lo que se oponía con
vehemencia era a otro ataque liderado por Estados Unidos en Oriente Medio.
Estaba convencido de que, desde el principio, Estados Unidos había estado
esperando cualquier pretexto para atacar y derrocar a Al Asad, y estaba
mucho más resuelto en esa convicción que Obama en su determinación de
castigar a Siria por el uso más mortífero de armas nucleares desde la guerra
entre Irán e Irak en la década de 1980.
Luego, a solo unas horas del ataque aéreo de Estados Unidos, Obama,
abruptamente, dio marcha atrás y dijo que buscaría autorización del Congreso
antes de preparar un ataque. La coalición que había esperado crear no se había
materializado, ni siquiera con aliados cercanos como Gran Bretaña y
Alemania, que se negaban a refrendar un ataque. Para cuando los líderes de
las naciones del G20 se reunieron en San Petersburgo en septiembre, la
posición internacional de Obama era tan incierta como la «línea roja» que
había trazado contra el uso de armas químicas. Putin había quedado aislado en