Page 93 - El nuevo zar
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estrangularnos.»[10]
Sobchak alcanzó el cenit de su popularidad y poder tras el golpe de Estado.
Era el segundo político más destacado de Rusia después de Yeltsin.[11] Su
visión para la ciudad era tan grandiosa como su ambición personal. Quería
recrear la gloria de la capital imperial, revitalizando las obras maestras
arquitectónicas de la ciudad, sus monumentos y sus elegantes canales.
Habiendo propuesto ya una zona económica libre para atraer inversiones
extranjeras, reimaginó la antigua Leningrado como una «nueva» y brillante
ciudad europea, una capital cultural y financiera que compitiera con Moscú en
preeminencia nacional e internacional. Se reunió con el secretario de Estado
de Estados Unidos, James A. Baker III, que voló a la ciudad el 15 de
septiembre, y cinco días después Sobchak voló a Londres, con Putin, para
reunirse con el primer ministro británico, John Major. Era la primera
experiencia de Putin en Occidente: en octubre, Sobchak viajó a Alemania
Occidental para una reunión con el canciller Helmut Kohl en la que Putin
ofició diestramente como traductor. Sobchak pronto se unió a uno de los
«guerreros fríos», Henry Kissinger, como presidente conjunto de una
comisión internacional de expertos y empresarios dedicada a encontrar
inversores que convirtieran las moribundas fábricas defensivas de la ciudad y
otras factorías en empresas comerciales. Cuando Kissinger voló a San
Petersburgo para una visita, fue Vladímir Putin quien lo recibió en el
aeropuerto y lo llevó a la residencia del alcalde mientras conversaban acerca
de su pasado en el KGB. «Todas las personas respetables comenzaron en
inteligencia —le dijo Kissinger, para su deleite—. Yo también.»[12]
Pronto Sobchak comenzó a estar en el exterior tanto como en San
Petersburgo, una celebridad internacional, reseñado por Time como una de las
estrellas políticas en ascenso que convertirían a Rusia en una democracia
pujante, moderna, y en un libre mercado.[13] Lo que sucedió en realidad
desilusionó y desconcertó a los que invirtieron tantas esperanzas en el futuro
democrático de Rusia. Casi de inmediato, Sobchak malgastó su enorme
capital político con actos de arrogancia y disparates audaces. Para el
desaliento de los liberales y los intelectuales de la ciudad, llenó sus filas de
burócratas comunistas de la supuestamente depuesta nomenklatura comunista.