Page 234 - El Hobbit
P. 234
—¡Eso no fue un pez! —dijo uno—. Hay un espía por aquí. ¡Ocultad vuestras
luces! Le ayudarían más a él que a nosotros, si se trata de esa criatura pequeña y
extraña que según se dice es el criado de los enanos.
—¡Criado, de veras! —bufó Bilbo; y en medio del bufido estornudó con
fuerza, y los elfos se agruparon enseguida y fueron hacia el sonido.
—¡Encended una luz! —dijo Bilbo—. ¡Estoy aquí si me buscáis! —y se sacó
el anillo, y asomó detrás de una roca.
Pronto se le echaron encima, a pesar de que estaban muy sorprendidos. —
¿Quién eres? ¿Eres el hobbit de los enanos? ¿Qué haces? ¿Cómo pudiste llegar tan
lejos con nuestros centinelas? —preguntaron uno tras otro.
—Soy el señor Bilbo Bolsón —respondió el hobbit—, compañero de Thorin, si
deseáis saberlo. Conozco de vista a vuestro rey, aunque quizá él no me reconozca.
Pero Bardo me recordará y es a Bardo en especial a quien quisiera ver.
—¡No digas! —exclamaron—, ¿y qué asunto te trae por aquí?
—Lo que sea, sólo a mí me incumbe, mis buenos elfos. Pero si deseáis salir
de este lugar frío y sombrío y regresar a vuestros bosques —respondió
estremeciéndose—, llevadme enseguida a un buen fuego donde pueda secarme,
y luego dejadme hablar con vuestros jefes lo más pronto posible. Tengo sólo una
o dos horas.
Fue así como unas dos horas después de cruzar la Puerta, Bilbo estaba sentado al
calor de una hoguera delante de una tienda grande, y allí, también sentados,
observándolo con curiosidad, estaban el Rey Elfo y Bardo. Un hobbit en
armadura élfica, arropado en parte con una vieja manta, era algo nuevo para
ellos.
—Sabéis realmente —decía Bilbo con sus mejores modales de negociador—,
las cosas se están poniendo imposibles. Por mi parte estoy cansado de todo el
asunto. Desearía estar de vuelta allá en el Oeste, en mi casa, donde la gente es
más razonable. Pero tengo cierto interés en este asunto, un catorceavo del total,
para ser precisos, de acuerdo con una carta que por fortuna creo haber
conservado —sacó de un bolsillo de la vieja chaqueta (que llevaba aún sobre la
malla) un papel arrugado y plegado: ¡la carta de Thorin que había puesto en
mayo debajo del reloj, sobre la repisa de la chimenea!
—Una parte de todos los beneficios, recordadlo —continuó—. Lo tengo muy
bien en cuenta. Personalmente estoy dispuesto a considerar con atención vuestras
proposiciones, y deducir del total lo que sea justo, antes de exponer la mía. Sin
embargo, no conocéis a Thorin Escudo de Roble tan bien como yo. Os aseguro
que está dispuesto a sentarse sobre un montón de oro y morirse de hambre,
mientras vosotros estéis aquí.
—¡Bien, que se quede! —dijo Bardo—. Un tonto como él merece morirse de