Page 235 - El Hobbit
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hambre.
        —Tienes algo de razón —dijo Bilbo—. Entiendo tu punto de vista. A la vez ya
      viene  el  invierno.  Pronto  habrá  nieve,  y  otras  cosas,  y  el  abastecimiento  será
      difícil, aún para los elfos, creo. Habrá también otras dificultades. ¿No habéis oído
      hablar de Dain y de los enanos de las Colinas de Hierro?
        —Sí, hace mucho tiempo; ¿pero en qué nos atañe? —preguntó el rey.
        —En mucho, me parece. Veo que no estáis enterados. Dain, no lo dudéis, está
      ahora  a  menos  de  dos  días  de  marcha,  y  trae  consigo  por  lo  menos  unos
      quinientos  enanos,  todos  rudos,  que  en  buena  parte  han  participado  en  las
      encarnizadas  batallas  entre  enanos  y  trasgos,  de  las  que  sin  duda  habréis  oído
      hablar. Cuando lleguen, puede que haya dificultades serias.
        —¿Por qué nos lo cuentas? ¿Estás traicionando a tus amigos, o nos amenazas?
      —preguntó Bardo seriamente.
        —¡Mi querido Bardo! —chilló Bilbo—. ¡No te apresures! ¡Nunca me había
      encontrado antes con gente tan suspicaz! Trato simplemente de evitar problemas
      a todos los implicados. ¡Ahora os haré una oferta!
        —¡Oigámosla! —exclamaron los otros.
        —¡Podéis verla! —dijo Bilbo—. ¡Aquí está! —y puso ante ellos la Piedra del
      Arca, y retiró la envoltura.
        El  propio  Rey  Elfo,  cuyos  ojos  estaban  acostumbrados  a  cosas  bellas  y
      maravillosas,  se  puso  en  pie,  asombrado.  Hasta  el  mismo  Bardo  se  quedó
      mirándola maravillado y en silencio. Era como si hubiesen llenado un globo con
      la  luz  de  la  luna,  y  colgase  ante  ellos  en  una  red  centelleante  de  estrellas
      escarchadas.
        —Ésta  es  la  Piedra  del  Arca  de  Thrain  —dijo  Bilbo—,  el  Corazón  de  la
      Montaña; y también el corazón de Thorin. Tiene, según él, más valor que un río
      de oro. Yo os la entrego. Os ayudará en vuestra negociación —luego Bilbo, no sin
      un estremecimiento, no sin una mirada ansiosa, entregó la maravillosa piedra a
      Bardo, y éste la sostuvo en la mano, como deslumbrado.
        —Pero, ¿es tuya para que nos la des así? —preguntó al fin con un esfuerzo.
        —¡Oh, bueno! —dijo el hobbit un poco incómodo—. No exactamente; pero
      desearía  dejarla  como  garantía  de  mi  proposición,  sabéis.  Puede  que  sea  un
      saqueador (al menos eso es lo que dicen: aunque nunca me he sentido tal cosa),
      pero soy honrado, espero, bastante honrado. De un modo o de otro regreso ahora,
      y los enanos pueden hacer conmigo lo que quieran. Espero que os sirva.
        El Rey Elfo miró a Bilbo con renovado asombro. —¡Bilbo Bolsón! —dijo—.
      Eres  más  digno  de  llevar  la  armadura  de  los  príncipes  elfos  que  muchos  que
      parecían vestirla con más gallardía. Pero me pregunto si Thorin Escudo de Roble
      lo verá así. En general conozco mejor que tú a los enanos. Te aconsejo que te
      quedes con nosotros, y aquí serás recibido con todos los honores y agasajado tres
      veces.
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