Page 248 - El Señor de los Anillos
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Luego de esto, se durmió rápidamente.
Frodo estaba ahora a salvo en la Ultima Casa Hogareña al este del Mar. Esta
casa era, como Bilbo había informado hacía tiempo, « una casa perfecta, tanto te
guste comer como dormir o contar cuentos o cantar, o sólo quedarte sentado
pensando, o una agradable combinación de todo» . Bastaba estar allí para curarse
del cansancio, el miedo y la melancolía.
A la caída de la noche, Frodo despertó de nuevo y descubrió que ya no sentía
necesidad de dormir o descansar y que en cambio tenía ganas de comer y beber
y quizá cantar y contar luego alguna historia. Salió de la cama y descubrió que
podía utilizar el brazo casi como antes. Encontró ya preparadas unas ropas
limpias de color verde que le caían muy bien. Mirándose en el espejo se
sobresaltó al descubrir que nunca había estado antes tan delgado; la imagen se
parecía notablemente al joven sobrino de Bilbo, que había acompañado al tío en
muchos paseos a pie por la Comarca; pero los ojos del espejo le devolvieron una
mirada pensativa.
—Sí, desde la última vez que te miraste en un espejo te ocurrieron algunas
cosas —le dijo a la imagen—. Pero ahora, ¡por un feliz encuentro!
Se estiró de brazos y silbó una melodía.
En ese momento, golpearon a la puerta y entró Sam. Corrió hacia Frodo y le
tomó la mano izquierda, torpe y tímidamente. La acarició un momento con
dulzura y luego enrojeció y se volvió en seguida para irse.
—¡Hola, Sam! —dijo Frodo.
—¡Está caliente! —dijo Sam—. Quiero decir la mano de usted, señor Frodo.
Ha estado tan fría en las largas noches. ¡Pero victoria y trompetas! —gritó,
dando otra media vuelta con ojos brillantes y bailando—. ¡Es maravilloso verlo
de pie y recuperado del todo, señor! Gandalf me pidió que viniera a ver si usted
podía bajar y pensé que bromeaba.
—Estoy listo —dijo Frodo—. ¡Vamos a buscar a los demás!
—Puedo llevarlo hasta ellos, señor —dijo Sam—. Es una casa grande ésta y
muy peculiar. A cada paso se descubre algo nuevo y nunca se sabe qué
encontrará uno a la vuelta de un corredor. ¡Y elfos, señor Frodo! ¡Elfos por aquí
y elfos por allá! Algunos como reyes, terribles y espléndidos, y otros alegres
como niños. Y la música y el canto… aunque no he tenido tiempo ni ánimo para
escuchar mucho desde que llegamos aquí. Pero empiezo a conocer los recovecos
de la casa.
—Sé lo que has estado haciendo, Sam —dijo Frodo, tomándolo por el brazo
—. Pero tienes que estar contento esta noche y prestar oídos a la alegría que te
llega del corazón. ¡Vamos, muéstrame lo que hay a la vuelta de los corredores!
Sam lo llevó por distintos pasillos y luego escaleras abajo y por último
salieron a un jardín elevado sobre la barranca escarpada del río. Los amigos de
Frodo estaban allí sentados en un pórtico que miraba al este. Las sombras habían