Page 249 - El Señor de los Anillos
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cubierto el valle, abajo, pero en las faldas de las montañas lejanas había aún un
resto de luz. El aire era cálido. El sonido del agua que corría y caía en cascadas
llegaba a ellos claramente y un débil perfume de árboles y flores flotaba en la
noche, como si el verano se hubiese demorado en los jardines de Elrond.
—¡Hurra! —gritó Pippin incorporándose de un salto—. ¡He aquí a nuestro
noble primo! ¡Abran paso a Frodo, Señor del Anillo!
—¡Calla! —dijo Gandalf desde el fondo sombrío del pórtico—. Las cosas
malas no tienen cabida en este valle, pero aun así es mejor no nombrarlas. El
Señor del Anillo no es Frodo, sino el amo de la Torre Oscura de Mordor, ¡cuyo
poder se extiende otra vez sobre el mundo! Estamos en una fortaleza. Afuera
caen las sombras.
—Gandalf ha estado diciéndonos cosas así, todas tan divertidas —dijo Pippin
—. Piensa que es necesario llamarme al orden, pero de algún modo parece
imposible sentirse triste o deprimido en este sitio. Tengo la impresión de que
podría ponerme a cantar, si conociese una canción apropiada.
—Yo también cantaría —rió Frodo—. ¡Aunque por ahora preferiría comer y
beber!
—Eso tiene pronto remedio —dijo Pippin—. Has mostrado tu astucia habitual
levantándote justo a tiempo para una comida.
—¡Más que una comida! ¡Una fiesta! —dijo Merry—. Tan pronto como
Gandalf informó que ya estabas bien, comenzaron los preparativos.
Apenas había acabado de hablar cuando un tañido de campanas los convocó
al salón de la casa.
El salón de la casa de Elrond estaba colmado de gente: elfos en su mayoría,
aunque había unos pocos huéspedes de otra especie. Elrond estaba sentado en un
sillón a la cabecera de una mesa larga sobre el estrado; a un lado tenía a
Glorfindel y al otro a Gandalf.
Frodo los observó maravillado, pues nunca había visto a Elrond, de quien se
hablaba en tantos relatos; y sentados a la izquierda y a la derecha, Glorfindel y
aun Gandalf, a quienes creía conocer tan bien, se le revelaban como grandes y
poderosos señores.
Gandalf era de menor estatura que los otros dos, pero la larga melena blanca,
la abundante barba gris y los anchos hombros, le daban un aspecto de rey sabio,
salido de antiguas leyendas. En la cara trabajada por los años, bajo las espesas
cejas nevadas, los ojos oscuros eran como carbones encastrados que de súbito
podían encenderse y arder.
Glorfindel era alto y erguido, el cabello de oro resplandeciente, la cara joven
y hermosa, libre de temores y luminosa de alegría; los ojos brillantes y vivos y la
voz como una música; había sabiduría en aquella frente y fuerza en aquella
mano.