Page 250 - El Señor de los Anillos
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El rostro de Elrond no tenía edad; no era ni joven ni viejo, aunque uno podía
leer en él el recuerdo de muchas cosas, felices y tristes. Tenía el cabello oscuro
como las sombras del atardecer y ceñido por una diadema de plata; los ojos eran
grises como la claridad de la noche y en ellos había una luz semejante a la luz de
las estrellas. Parecía venerable como un rey coronado por muchos inviernos y
vigoroso sin embargo como un guerrero probado en la plenitud de sus fuerzas.
Era el Señor de Rivendel, poderoso tanto entre los elfos como entre los hombres.
En el centro de la mesa, apoyada en los tapices que pendían del muro, había
una silla bajo un dosel y allí estaba sentada una hermosa dama —tan parecida a
Elrond—, bajo forma femenina, que no podía ser» , pensó Frodo, « Sino una
pariente próxima» . Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la
escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el
rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos,
grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada
revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que
traen los años. Le cubría la cabeza una red de hilos de plata entretejida con
pequeñas gemas de un blanco resplandeciente, pero las delicadas vestiduras
grises no tenían otro adorno que un cinturón de hojas cinceladas en plata.
Así vio Frodo a Arwen, hija de Elrond, a quien pocos mortales habían visto
hasta entonces y de quien se decía que había traído de nuevo a la tierra la imagen
viva de Lúthien; y la llamaban Undómiel, pues era la Estrella de la Tarde para su
pueblo. Había permanecido mucho tiempo en la tierra de la familia de la madre,
en Lórien, más allá de las montañas, y había regresado hacía poco a Rivendel, a
la casa del padre. Pero los dos hermanos de Arwen, Elladan y Elrohir, llevaban
una vida errante y a menudo iban a caballo hasta muy lejos junto con los
Montaraces del Norte; y jamás olvidaban los tormentos que la madre de ellos
había sufrido en los antros de los orcos.
Frodo no había visto ni había imaginado nunca belleza semejante en una
criatura viviente, y el hecho de encontrarse sentado a la mesa de Elrond entre
tanta gente alta y hermosa lo sorprendía y abrumaba a la vez. Aunque tenía una
silla apropiada y contaba con el auxilio de varios almohadones, se sentía muy
pequeño y bastante fuera de lugar; pero esta impresión pasó rápidamente. La
fiesta era alegre y la comida todo lo que un estómago hambriento pudiese desear.
Pasó un tiempo antes que mirara de nuevo alrededor o se volviera hacia la gente
vecina.
Buscó primero a sus amigos. Sam había pedido que le permitieran atender a
su amo, pero le respondieron que por esta vez él era invitado de honor. Frodo
podía verlo ahora junto al estrado, sentado con Pippin y Merry a la cabecera de
una mesa lateral. No alcanzó a ver a Trancos.
A la derecha de Frodo estaba sentado un enano que parecía importante,
ricamente vestido. La barba, muy larga y bifurcada, era blanca, casi tan blanca