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                                  Profecía y presciencia: ¿cómo pueden ser puestas a prueba ante preguntas que no tienen
                                  respuesta? Consideremos: ¿En qué medida la «ola» (como llama Muad’Dib su visión-
                                  imagen) es auténtica profecía, y en qué medida el profeta contribuye a plasmar el futuro
                                  para que se adapte a la profecía? ¿Hay armónicos inherentes en el acto de la profecía?
                                  ¿El  profeta  ve  realmente  el  futuro,  o  tan  sólo  una  línea  de  ruptura,  una  falla,  una
                                  hendidura que se puede romper con palabras o decisiones como un diamante rompe una
                                  gema con un golpe del instrumento?

                                                    Reflexiones personales sobre Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN




           Toma su agua, había dicho el hombre envuelto en la noche. Y Paul rechazó su miedo
           y miró a su madre. Sus adiestrados ojos vieron que estaba preparada para la lucha,

           con los músculos tensos, esperando la señal.
               —Sería una lástima que tuviéramos que destruiros con nuestras propias manos —
           dijo la voz encima de ellos.

               Este  es  el  que  ha  hablado  primero,  pensó  Jessica.  Hay  al  menos  dos…  uno  a
           nuestra derecha y otro a nuestra izquierda.
               —¡Cignoro hrobosa sukares hin mange la pchagavas doi me kamavas na beslas

           lele pal hrobas!
               Era el hombre de su derecha llamando a alguien al otro lado de la depresión.
               Las  palabras  eran  incomprensibles  para  Paul,  pero  Jessica,  gracias  a  su

           adiestramiento Bene Gesserit, reconoció la lengua. Era chakobsa, una de las antiguas
           lenguas de los cazadores, y el hombre estaba diciendo que quizá aquellos fueran los
           extranjeros que estaban buscando.

               En el repentino silencio que siguió a aquella llamada, la segunda luna se alzó, un
           disco azul marfileño que parecía un rostro explorando las rocas, brillante y curiosos.
               Después sonaron ruidos furtivos entre las rocas, por encima y por todos lados…

           sombras moviéndose al claro de la luna. Varias figuras surgieron de la oscuridad.
               ¡Todo un grupo!, pensó Paul, sintiendo que se le encogía el corazón.
               Un  hombre  alto,  con  un  albornoz  manchado,  se  detuvo  ante  Jessica.  Se  había

           quitado el velo para hablar más claramente, revelando a la pálida luz de la luna una
           barba muy poblada. Pero el rostro y los ojos quedaban ocultos por la capucha.
               —¿Qué sois, djinns o humanos? —preguntó.

               Jessica captó un tono burlón en su voz, y albergó una débil esperanza. Aquella era
           una voz de mando, la voz que se había dejado oír primero, interrumpiéndoles en su
           intrusión nocturna.

               —Humanos, imagino —dijo el hombre.
               Jessica  percibió  sin  verlo  el  cuchillo  oculto  entre  las  ropas  del  hombre.  Se
           permitió un amargo lamento por su falta de escudos.





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