Page 304 - Dune
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—Cuando nosotros nos deslizamos en los poblados y en las ciudades, debemos
           ocultar nuestro origen, mezclándonos con las gentes de los pan y de los graben —dijo
           Stilgar—. No llevamos armas, porque el crys es sagrado. Pero tú, mujer, tú posees el

           extraño arte del combate. Sólo hemos oído hablar de él y muchos han dudado de que
           exista,  pero  uno  no  puede  dudar  de  lo  que  ha  visto  con  sus  propios  ojos.  Has
           dominado a un Fremen armado. Esta es un arma que ningún registro o inspección

           puede descubrir.
               Hubo un confuso agitarse en la depresión a medida que las palabras de Stilgar
           iban causando su efecto.

               —¿Y si yo consintiera en enseñaros este… arte extraño?
               —Tendrías mi apoyo al igual que tu hijo.
               —¿Cómo podemos estar seguros de la verdad de tu promesa?

               La  voz  de  Stilgar  perdió  algo  de  su  razonabilidad  y  rozó  los  umbrales  de  la
           amargura.

               —Aquí, mujer, no tenemos papeles ni contratos. Nosotros no hacemos promesas
           al anochecer para olvidarlas con el alba. Cuando un hombre dice algo, es un contrato.
           Como jefe de mi pueblo, él está ligado a mi palabra. Enséñanos tu extraño arte, y
           tendrás refugio entre nosotros tanto tiempo como lo desees. Tu agua se mezclará con

           nuestra agua.
               —¿Puedes hablar por todos los Fremen? —preguntó Jessica.

               —Con  el  tiempo,  es  posible.  Pero  sólo  mi  hermano,  Liet,  habla  por  todos  los
           Fremen. Aquí, sólo puedo prometerte el secreto. Mi gente no hablará de vosotros a
           ningún otro sietch. Los Harkonnen han vuelto a Dune por la fuerza, y vuestro Duque
           está muerto. Se dice que también vosotros habéis muerto en una Madre tormenta. El

           cazador ya no persigue a su presa muerta.
               Hay  una  protección  en  eso,  pensó  Jessica.  Pero  esta  gente  tiene  buenas

           comunicaciones, y siempre puede ser enviado un mensaje.
               —Imagino que se ha puesto precio a nuestras cabezas —dijo ella.
               Stilgar permaneció silencioso, y ella casi pudo ver los pensamientos que giraban
           en su cabeza, sintiendo cómo los músculos tironeaban en sus manos.

               —Lo repito de nuevo —dijo al cabo de un momento—: os he dado la palabra de
           la  tribu.  Mi  gente  conoce  ahora  vuestro  valor.  ¿Qué  podrían  ofrecernos  los

           Harkonnen?  ¿Nuestra  libertad?  ¡Ja!  No,  vosotros  sois  el  taqwa,  que  puede
           proporcionarnos  más  cosas  que  toda  la  especia  que  hay  en  los  cofres  de  los
           Harkonnen.

               —Entonces  os  enseñaré  mi  arte  de  combatir  —dijo  Jessica,  y  captó  la
           inconsciente intensidad ritual de sus palabras.
               —Ahora, ¿vas a soltarme?

               —Así sea —dijo Jessica. Lo liberó y dio un paso hacia un lado, mostrándose a la




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