Page 307 - Dune
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Paul tragó saliva. La figura ante él se volvió al claro de luna y vio un rostro de
elfo, unos ojos negros y profundos. Lo familiar de aquel rostro que había aparecido
innumerables veces en sus visiones prescientes sorprendió a Paul, inmovilizándole.
Recordó la rabiosa bravata con que en una ocasión había descrito aquel rostro soñado
por él a la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, añadiendo:
—La encontraré.
Y ahora estaba allí, ante él, pero este encuentro no lo había soñado.
—Has sido más ruidoso que un Shai-Hulud enfurecido —dijo ella—. Y has
elegido el camino más difícil para subir. Sígueme: te mostraré el camino para bajar.
Salió de la hendidura ayudándose con manos y pies, y siguió su ondeante ropa
entre el paisaje rocoso. Parecía moverse como una gacela, danzando entre las rocas.
Paul sintió que la sangre afluía a su rostro y dio las gracias a la oscuridad de la noche.
¡Esa chica! Era como un toque del destino. Se sintió como cogido por una ola, en
armonía con un movimiento que parecía exaltar sus pensamientos.
Poco después se encontraba entre los Fremen, al fondo de la depresión.
Jessica dirigió a Paul una pálida sonrisa, pero al hablar lo hizo a Stilgar:
—Creo que será un buen intercambio de enseñanzas. Espero que tú y tu gente no
estéis irritados por nuestra violencia. Pareció… necesario. Estabais a punto de…
cometer un error.
—Salvar a alguien del error es un regalo del paraíso —dijo Stilgar. Tocó sus
labios con su mano izquierda, mientras tomaba el arma de la cintura de Paul con la
otra mano y la arrojaba a un compañero—. Tendrás tu propia pistola maula cuando la
hayas merecido, muchacho.
Paul estuvo a punto de decir algo, dudó, recordó las enseñanzas de su madre. Los
inicios son siempre momentos delicados.
—Mi hijo tiene todas las armas que necesita —dijo Jessica. Miró a Stilgar,
forzándole a recordar cómo se había apoderado Paul del arma.
Stilgar miró al hombre desarmado por Paul, Jamis. Estaba de pie a un lado, con la
cabeza baja, la respiración jadeante.
—Eres una mujer difícil —dijo. Alzó su mano izquierda hacia un compañero,
haciendo chasquear los dedos—. Kushti bakka te.
Más chakobsa, pensó Jessica.
El hombre puso dos cuadrados de tela en la mano de Stilgar. Este los enrolló entre
sus dedos y anudó el primero alrededor del cuello de Jessica, bajo la capucha,
anudando el otro alrededor del cuello de Paul de la misma forma.
—Ahora lleváis el pañuelo del bakka —dijo—. Si tuviéramos que separarnos,
seréis reconocidos como pertenecientes al sietch de Stilgar. Hablaremos de armas en
otra ocasión.
Avanzó entre sus hombres, inspeccionándolos, y le entregó a uno de ellos la
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