Page 324 - Dune
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manos; vigila en todo momento a qué mano pasa su cuchillo».
Pero tan intenso había sido en Paul el adiestramiento, que le parecía sentir en todo
el cuerpo el mecanismo de las reacciones instintivas que le habían sido inculcadas día
a día, hora tras hora.
Las palabras de Gurney Halleck volvieron de nuevo a su mente: «El buen
combatiente debe pensar simultáneamente en la punta y en el filo y en la guarda de
su cuchillo. La punta puede también cortar; el filo puede también apuñalar; y la
guarda puede también atrapar la hoja del adversario».
Paul examinó el crys. No tenía guarda; sólo un pequeño anillo en la empuñadura,
para proteger la mano. Recordó de pronto que ignoraba la resistencia de la hoja. Ni
siquiera sabía si podía ser partida.
Jamis comenzó a avanzar a su derecha, a lo largo del círculo, por el lado opuesto
al de Paul.
Paul se agazapó, dándose cuenta de que no tenía escudo, mientras que todo su
adiestramiento en la lucha se basaba en la presencia de aquella sutil pantalla a su
alrededor, que exigía la mayor rapidez en la defensa, pero una lentitud calculada en el
ataque para poder penetrar en el escudo del adversario. Pese a las constantes
advertencias de sus instructores, se daba cuenta ahora de que el escudo formaba
íntimamente parte de sus reacciones.
Jamis lanzó el desafío ritual:
—¡Pueda tu cuchillo astillarse y romperse!
Entonces, el cuchillo puede partirse, pensó Paul.
Se advirtió así mismo que Jamis tampoco llevaba escudo, pero que no había sido
adiestrado en su uso y que por lo tanto no estaba sujeto a inhibiciones.
Paul miró a Jamis a través del círculo. El cuerpo del hombre parecía hecho de
cuero tensado sobre el esqueleto desecado. Su crys lanzaba reflejos lácteos a la
amarilla luz de los globos.
Paul sintió un estremecimiento de miedo. De pronto se sintió solo y desnudo en
aquella confusa luminosidad amarillenta, en medio de aquel círculo de gente. La
presciencia le había llenado con innumerables experiencias, haciéndole entrever las
grandes corrientes del futuro y los resortes de decisión que las guiaban, pero aquello
era el ahora real. La muerte estaba presente en un infinito número de posibilidades.
Se dio cuenta de que, en aquel instante, un mínimo gesto podía cambiar el futuro.
Algo como un acceso de tos entre los espectadores, un instante de distracción. Una
variación en el brillo de un globo, una engañosa sombra.
Tengo miedo, se dijo Paul.
Y avanzó a su vez por el lado opuesto al de Jamis, repitiéndose en silencio la
letanía Bene Gesserit contra el miedo: «El miedo mata la mente…». Fue como un
chorro de agua fresca sobre él. Sintió distenderse sus músculos, calmarse y alertarse.
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