Page 114 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI II II I. .   L La a   D Da añ ñe er ra a   y y   s su u   s so om mb br ra a                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
               Pero ¿eran realmente postizas aquellas ansias de vida nueva que se habían precipitado dentro de su corazón con la
            misma vehemencia avasalladora con que siempre se le desataron los perversos instintos? ¿No estaba ella, tal cual era,
            con todo el vigor de su naturaleza en aquel anhelo de sepultar para siempre a la mujerona siniestra de la mano tinta en

            sangre, a la bruja, como acababa de llamarla Marisela?
               Y de las dos porciones del alma desdoblada, de lo que era ella y de lo que anhelaba ser –lo que tal vez habría sido si
            el tajo del Sopo no troncha la vida de Asdrúbal–, de la región tenebrosa donde se alzaba el espectro viviente de un
            hombre envilecido por sus hechizos, y otro que se iba de bruces dentro de una zanja, con una lanza hundida en la
            espalda, noche cerrada sin un parpadeo de estrellas, y de la que aún recibía el resplandor intermitente de aquella luz de
            buen amor que brilló un instante en la piragua de los sarrapieros; de las dos porciones irreconciliables levantáronse las
            réplicas.

               –¿Vuelve acaso la culebra a su concha ni el río a su cabecera?
               –Vuelve la res a la majada y el perdido a la encrucijada donde erró el camino.
               –¿En el rodeo de Mata Oscura?
               –¿Entre los brazos de los sarrapieros?
               Y no se podría decir cuándo interrogaba ella y replicaba «el Socio», porque ella misma no sabía dónde había perdido

            el camino.
               Se buscaba y, sin dejar de hallarse, no se encontraba. Quería oír lo que le aconsejara «el Socio»; mas apenas
            comenzaba éste, ya ella tenía formulada la réplica, y las dos frases se encabalgaban y se atropellaban, y ambas eran
            percibidas por sus oídos como ajenas, siendo sentidas como propias, cual si su pensamiento fuera arrastrado, en un flujo
            y reflujo de mareas tormentosas, de ella al fantasma, y de éste a ella.
               Era insólita esta conducta del demonio familiar, cuyos consejos y premoniciones siempre los había percibido doña
            Bárbara claros y distintos, como originados de un pensamiento que no tuviera comunicación inmediata con el suyo,
            palabras que otro pronunciaba y que ella percibía, ideas que a ella no le habían cruzado por la mente; mientras que

            ahora sentía que todo lo que decía y lo que escuchaba estaba ya en ella, poseía el calor de intimidad de su espíritu; no
            obstante lo cual, se le volvía incomprensible, como si perdiera todo lo que de suyo tenía al ser formulado por «el
            Socio».
               –¡Calma! Así no podremos entendernos.
               Hundió la frente ardorosa entre las manos ateridas y así permaneció largo rato en silencio y sin pensamientos.

               Chisporroteó con más fuerza la llama de la lamparilla, ya para extinguirse, y a los oídos alucinados de doña Bárbara
            llegó clara y distinta esta frase:
               –Si quieres que él venga a ti, entrega tus obras.
               Alzó de nuevo la mirada hacia la sombra que por fin le decía algo que ella no hubiera pensado; pero la lamparilla se
            había extinguido y todo era sombra en torno suyo.





















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