Page 122 - Doña Bárbara
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            procurárselos, ya ella no era aquella criatura bravía como un báquiro, que no le temía a la soledad del monte y se
            internaba en su espesura, haciendo crujir los brojales bajo sus anchos pies descalzos, y se trepaba a los árboles,
            disputándoles a los araguatos el silvestre sustento. Ánimo no le faltaba, pero en Altamira había aprendido a emplearlo

            mejor. Ya no era caso de escarbar rastrojos o «monear palos» para aplacar el hambre, sino de procurarse medios de
            subsistencia seguros y permanentes, pues ahora la imaginación trabajaba, y a causa de ello, la incertidumbre del
            porvenir hacía más angustiosas las privaciones del momento. Por lo tanto, era necesario crearse una fuente de recursos,
            y la primera ocurrencia fue ésta:
               –Papá ¿tengo derecho a reclamarle a mi madre que vea por mí? Mientras ella entierra botijuelas de onzas de oro,
            nosotros no tenemos qué comer...
               Lorenzo Barquero hizo un esfuerzo sobrehumano para coordinar las ideas de esta respuesta:

               –Derechos, ningunos, porque en la partida de registro civil no apareces como hija suya. Ella no quiso que la
            mencionaran, y yo te presenté...
               Pero ella no lo dejó concluir:
               –¿Quiere decir que ni siquiera tengo el derecho de probar que soy la hija de la Dañera?
               El padre se quedó mirándola largo rato, y luego balbució:

               –Ni siquiera.
               Sin que estas palabras, simple repetición mecánica de las que ella había empleado, fuesen acompañadas del más leve
            sentimiento de responsabilidad. Y en habiéndolas pronunciado, se alejó del rancho, camino de la casa de míster Danger.
               Arrepentida de la crueldad de aquella interrogación acusadora, Marisela se quedó murmurando: «¡Pobre papá!»,
            mientras él se alejaba, incierto el paso, péndulos los brazos a lo largo de aquel cuerpo «sin armadura», como solía decir
            que se lo sentía.
               Pero al darse cuenta de que el padre se encaminaba donde míster Danger, corrió a detenerlo, diciéndole:
               –No, papá. No vayas a casa de ese hombre. Te lo suplico. ¿Es licor lo que vas a pedirle? Espera. Yo iré a buscártelo

            a Altamira. Ya estaré aquí de regreso.
               Pero mientras ella ensillaba la bestia donde había venido don Lorenzo, éste se fue a aplacar la imperiosa necesidad
            de alcohol, sin pensar que para pagarle a míster Danger la bebida que iba a pedirle, ya no le quedaba sino la hija.
               ¡Ya las tolvaneras se habían llevado todas las esperanzas!


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               Motivos, que no razones, tenía Mujiquita para querer esconderse bajo el mostrador de su pulpería cuando vio
            aparecer a Santos Luzardo. Primero, porque aquella amistosa injerencia suya en la querella que contra doña Bárbara

            llevara aquél por causa de los trabajos pedidos y negados, le había costado que Ño Pernalete le quitara la secretaría de la
            Jefatura Civil, y luego, porque no se le escapaba lo que ahora pudiera llevar entre manos su antiguo condiscípulo, y ya
            veía en peligro el sueldito con que por fin había vuelto a favorecerlo Ño Pernalete, después de muchos ruegos suyos y
            de su mujer, y de muchas promesas de no volver a incurrir en quijotadas.
               Pero Santos no le había dado tiempo a ocultarse y tuvo que fingir contento de verlo:

               –¡Dichosos los ojos que te ven! ¡Qué caro te vendes, chico! ¿En qué puedo servirte?
               –Si no me han informado mal, ya sabrás a lo que vengo. Me han dicho que eres el Juez del Distrito.
               –¡Sí, chico! –dijo Mujiquita, al cabo de una pausa–. Ya sé lo que traes entre manos. El asunto de la muerte del peón,
            ¿no es eso?
               –De los peones –rectificó Luzardo–. Porque fueron dos los asesinados.
               –¡Asesinados! ¡No me digas, Santos! Mira, vente conmigo al juzgado para que me cuentes cómo fue eso.

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