Page 127 - Doña Bárbara
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Y Mujiquita salió de la Jefatura convencido de que, por muchos «tiros» que le hubiera cogido el general para estar
bien con Dios y con el diablo, a él lo iban a enterrar con urna blanca.
–¡El pobre Santos Luzardo! De esos veinte mil pesos que iba a coger por sus plumas, como que no va a ver ni un
real. ¡Y tener yo que decirle que se vaya tranquilo!
Pero cuando llegó a la posada, ya Santos estaba con el pie en el estribo.
–¿Esa prisa chico? Deja ese viaje para mañana. Tengo muchas cosas que decirte.
–Me las dirás cuando volvamos a vernos –le respondió Santos ya a caballo–. Que será cuando pueda venir con un
machete en la mano, y poniéndolo sobre tu escritorio decirte: «Bachiller Mujica, quien tiene la razón es fulano.
Sentencie ahora mismo en favor suyo.»
Como si por primera vez oyera cosa semejante, Mujiquita preguntó:
–¿Qué quieres decirme con eso, Santos Luzardo?
–Que el atropello me lanza a la violencia y que acepto el camino. Hasta la vista, Mujiquita. Puede que pronto
volvamos a vernos.
Y partió, levantando una polvareda bajo las patas de su caballo.
I IV V. . O OP PU UE ES ST TO OS S R RU UM MB BO OS S B BU US SC CA AB BA AN N
Uno de aquellos mensajeros que le llevaron a Santos Luzardo la noticia del suceso de El Totumo había recibido de
Ño Pernalete esta consigna privada:
–De paso, acérquense a las casas de El Miedo, con un pretexto cualquiera, y en conversación como cosa suya,
échele el cuento a doña Bárbara. Es bueno que ella también lo sepa. Pero a ella sola, ¿sabe?
Lo primero que le ocurrió a doña Bárbara al recibir la noticia fue alegrarse del daño que con aquello había sufrido
Luzardo.
Horas después lleváronle la noticia de que Marisela había regresado con su padre al rancho del palmar de La
Chusmita, y al recibirla acudieron a su mente las cabalísticas palabras del «Socio», pero con una interpretación
esperanzada; Marisela, la rival que le quitaba el amor de Santos Luzardo, regresando al rancho del palmar, eran las
cosas que debían volver al lugar de donde salieron. Vio en esto un signo de que aún no se había apagado su buena
estrella y se dijo:
–Dios tenía que seguir ayudándome.
Y ya se disponía a trazarse el plan adecuado a las nuevas circunstancias, cuando se le acercó Balbino Paiba,
diciéndole:
–¿Sabe la noticia?
Rápida como la centella fue la ocurrencia de interrumpirlo:
–Que en el chaparral de El Totumo asesinaron a Carmelito López.
Balbino hizo un extraño gesto y en seguida exclamó, lisonjero:
–¡Caramba! A usted no hay manera de venderle noticias frescas. ¿Cómo lo supo?
–Anoche me lo dijeron –respondió, dejando entender con el impersonal empleado y con el tono misterioso que había
sido «el Socio» quien se lo comunicara.
–Pero la informaron mal –repuso Balbino, al cabo de una breve pausa–, porque, según parece, Carmelito no murió
asesinado, sino de muerte natural.
–¿Y una puñalada por la espalda, o un tiro por mampuesto, en un lugar como el chaparral de El Totumo, no es
también una manera natural de morirse un cristiano?
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