Page 128 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   I IV V. .   O Op pu ue es st to os s   r ru um mb bo os s   b bu us sc ca ab ba an n                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
               Fue tal el desconcierto de Balbino al oír estas palabras, acompañadas de una sonrisa socarrona, que, pareciéndole
            única manera de salir del apuro hacer como si creyera que ella le daba a entender que el crimen había sido obra suya,
            cometió la torpeza de decir:

               –No hay cuestión; a usted la ayudan cosas que pueden más que los hombres.
               Brusco y amenazante fue el juntarse y separarse de las cejas de doña Bárbara al oír aquella alusión a sus poderes de
            bruja; pero ya Balbino había comenzado y tenía que concluir:
               –El doctor Luzardo se propone acabar con el cachilapeo a sabana abierta, y en el chaparral de El Totumo se muere
            Carmelito, y el viento se lleva las plumas que iban a producir la plata necesaria para la cerca de Altamira.
               –Así es –repuso ella, asumiendo de nuevo la actitud socarrona–. En esas sabanas de El Totumo siempre sopla mucho
            viento.

               –Y como las plumas son livianitas –agregó Paiba, en el mismo tono sarcástico.
               –Me parece –concluyó ella.
               Se lo quedó mirando un rato, sonriendo, y luego soltó una carcajada. Balbino se dejó traicionar por el característico
            ademán involuntario de la manotada a los bigotes, y como esto hiciera reír a doña Bárbara con mayores ganas, acabó de
            perder los estribos y preguntó amoscado:

               –¿De qué se ríe?
               –De lo bellaco que eres. Vienes a contarme lo del chaparral, que ya debías saber que no era noticia fresca para mí,
            pero tienes buen cuidado de no mentar tus fechorías. ¿Por qué no me cuentas lo que has hecho durante estos días que
            has estado sin dejarte ver la cara por acá?
               Dijo esto entre pausas y sin perder de vista los cambios de color y los movimientos irreprimibles que pasaban por el
            rostro de Balbino, y cuando ya éste se disponía a dar la explicación del empleo de su tiempo que tenía preparada para
            justificar su ausencia del hato, ella concluyó apresuradamente:
               –Ya me dijeron también que tienes una rochelita con una de las muchachas de Paso Real. Sé que has estado allí

            poniendo joropos y empatando las noches con las noches en una sola parranda. ¿Por qué no me hablas de eso,
            grandísimo bribón, en vez de venir a darme noticias que no me interesan?
               A Balbino le volvió el alma al cuerpo; pero al recuperar la serenidad, no hizo sino volverse más obtuso de lo que
            ordinariamente era, pues creyó que, en realidad, lo que le interesaba a la barragana era sus devaneos con la muchacha de
            Paso Real.

               –Eso es una calumnia inventada por mis enemigos. Seguramente por Melquíades, que ya me he fijado en que anda
            espiándome los pasos. Yo sí estuve dos días en un joropo en Paso Real, pero ni lo puse yo ni es verdad que ande
            enamorado de ninguna de las muchachas de allá. Lo que pasa es que como uno no podía acercársele en estos días sin
            llevarse un boche, lo mejor que podía hacer yo era no dejarme ver contigo.
               Se interrumpió un momento para explorar el efecto que le causaba el tú que se había aventurado a darle, tratamiento
            que sólo en raptos de amor solía tolerar ella, y como no la viese manifestar disgusto, se animó más.
               –Tan es así, que ya estaba pensando irme de por todo esto, porque no ha sido muy bonito el papel que me has hecho

            representar desde que ha venido el doctor Luzardo.
               Impenetrable el designio y con un perfecto arte de simulación, doña Bárbara asumió una actitud de enamorada
            celosa y replicó:
               –Pretextos. Bien sabes tú qué es lo que me propongo con el doctor Luzardo. Pero están muy equivocados, tú y la
            muchacha de Paso Real, si creen que se van a burlar de mí. Ya le mandé a decir a ella que si sigue haciéndote
            carantoñas, la voy a alumbrar.

               –Te aseguro que eso es una calumnia –protestó Balbino.

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