Page 129 - Doña Bárbara
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               –Calumnia, o lo que sea, ya te he dicho lo que tenía que decirte: de mí no se burla nadie. De modo que no se te
            ocurra volver por Paso Real.
               Y le dio la espalda, diciéndose mentalmente:

               –Ya éste no verá el hoyo donde va a caer. En efecto, Balbino Paiba se quedó haciéndose estas reflexiones:
               –Yo hice muy bien las cosas. Con una sola piedra maté dos pájaros. Los joropos de Paso Real me sirvieron para ir y
            venir hasta El Totumo sin despertar sospechas y para que ésta volviera al comedero empujada por los celos. Ahora
            vuelvo a ser yo el gallo que canta en el patio de El Miedo; pero si ella se va a dar sus artes para hacerse rogar, yo
            también me voy a dar las mías. Yo hice muy bien las cosas: de Rafaelito no quedó ni rastro, porque lo que no le gustó al
            caimán le gustó a la caribera del Chenchenal, y ahora él es quien va a cargar con la muerte del hermano y con el robo de
            las plumas. Mientras tanto, ahí bajo la tierra están seguras, y puedo esperar a que pase el tiempo para ir vendiéndolas a

            pitos y flautas, y mientras tanto, el negocio de El Miedo andando.
               A la vez, doña Bárbara diciéndose por allá:
               –Dios tenía que ayudarme. Apenas me había empezado a preguntarme: ¿quién habrá sido el asesino?, viene este
            vagabundo a contarme el cuento con el crimen pintado en la cara. Ahora lo vajeo hasta que descubra dónde tiene
            escondidas las plumas, y una vez que estén en mis manos las pruebas suficientes, lo amarró codo con codo y se lo

            entrego al doctor Luzardo, para que haga con él lo que le dé gana.
               A todo esto estaba dispuesta: a entregar sus obras y a cambiar de vida, porque ya no la impulsaba un capricho
            momentáneo, sino una pasión, vehemente como lo fueron siempre las suyas y como naturalmente lo son las pasiones
            otoñales, pero en la cual no todo era sed de amor, sino también ansia de renovación, curiosidad de nuevas formas de
            vida, tendencias de una naturaleza vigorosa a realizar recónditas posibilidades postergadas.
               –Seré otra mujer –decíase una y otra vez–. Ya estoy cansada de mí misma, y quiero ser otra y conocer otra vida.
            Todavía me siento joven y puedo volver a empezar.
               Tal era la disposición de su ánimo, cuando dos días después, de regreso a la casa, y al atardecer, divisó a Santos

            Luzardo, que volvía del pueblo.
               –Espérame aquí –dijo a Balbino, en cuya compañía siempre procuraba estar ahora, y atravesando un gamelotal que
            le separaba del camino que traía Luzardo, le salió al paso.
               Lo saludó con una leve inclinación de cabeza, sin sonrisas ni zalamerías, y lo interpeló:
               –¿Es cierto que han asesinado a dos peones de usted que llevaban para San Fernando la cosecha de la pluma?

               Después de haberle dirigido una mirada despectiva, Santos le respondió:
               –Absolutamente cierto y muy estratégica su pregunta.
               Pero ella no atendió al final de la frase por formular ya otra interrogación:
               –¿Y usted qué ha hecho?
               Mirándola fijamente a los ojos y martilleando las palabras, aquél le contestó:
               –Perder mi tiempo pretendiendo que la justicia podría cumplirse; pero puede usted estar tranquila por lo que
            respecta a las vías legales.

               –¡Yo! –exclamó doña Bárbara, enrojeciendo súbitamente, cual si la hubiesen abofeteado–. ¿Quiere decir que
            usted?..
               –Quiero decirle que ahora estamos en otro camino.
               Y espoleando el caballo prosiguió su marcha, dejándola plantada en medio de la sabana.

                                                  V V. .   L LA A   H HO OR RA A   D DE EL L   H HO OM MB BR RE E

               Momentos después Santos Luzardo irrumpía en la casa de Macanillal, revólver en mano.

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