Page 32 - Doña Bárbara
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levantaba, y no podía ser otro sino «el Cotizudo», porque al leco que le pegué desapareció como si se lo hubiera tragado
la sabana.
Venancio y María Nieves cambiaron miradas, con las cuales cada uno exploraba la credulidad del otro, y Antonio se
quedó pensativo:
–Nada le falta al cuento: entre dos luces, echándose tierra en medio de un espejismo de aguas. Así es como dice el
viejo que y que siempre se aparecía el familiar... Pero este Pajarote no cobra por decir mentiras... Sin embargo, ¡quién
quita!... Además, las cosas son verdad de dos maneras: cuando de veras lo son y cuando a uno le conviene creerlas o
aparentar que las cree. Eso de que se haya aparecido «el Cotizudo» viene como mandado a hacer para que esta gente
coja confianza en Santos, sobre todo Carmelito, que es de los hombres más necesarios aquí, contimás ahora que doña
Bárbara se va a abrir en pelea, según lo da a entender la sonsacada de los peones balbineros.
Y ya iba a poner por obra lo que se le había ocurrido para aprovechar el cuento de Pajarote, cuando María Nieves,
incorporándose en su chinchorro, le quitó la palabra:
–Diga, vale Pajarote: ¿eso lo vio usted, o se lo han contado?
–Con estos ojos que se han de comer los zamuros –prorrumpió el interpelado, con su hablar a gritos–. Porque lo que
es a mí no me entra el gusano ni después de muerto, ni tampoco soy de los que se van a pudrir, como Dios manda,
quietecitos dentro del hoyo, según me lo tiene anunciado don Balbino, que ahora también se las está echando de brujo,
por no quedarse atrás de la mujer, y asegura que voy a morir de mala muerte, en un paso de mata, y todo porque sabe
que le estoy llevando la cuenta de lo que manotea, en una tarja que ya está cuajadita de rayas.
–¡Ya se le entabaron los bichos! –exclamó Venancio, por decir que a Pajarote se le alborotaban y se le iban las ideas
en cuanto comenzaba a hablar, así como barajusta y se disgrega el rebaño cuando la acosa el tábano–. No era de don
Balbino que ibas a hablar.
–Déjalo quieto –intervino María Nieves–. Es que está corcoveando a ver si se quita la marota.
Aludía, a su vez, con esta frase llanera de sentido figurado, al apuro en que había puesto a Pajarote al pedirle
testimonio personal, pues todo lo que éste había contado respecto al familiar no era sino versión desfigurada de algo que
él le había referido días antes.
–¿De modo que no crees que sea verdad lo que cuenta Pajarote? –interpeló Antonio:
–Voy a decirte. A mí no me coge de sorpresa, porque yo también caté de ver al araguato hace ya algunos días. No
entre espejismos de agua ni echándose tierra con las pezuñas, como cuentan los viejos de antes que siempre se aparecía
y como ahora dice que lo ha mirado mi vale, que siempre ve más que los demás.
Dijo esto último con las reservas mentales que Pajarote debía entender e hizo una pausa para explorar el efecto que
sus palabras le causaron; pero el aludido no se inmutó.
–Siga, pues, vale –le dijo–. Acabe de echar para afuera el cacho. Cuéntenos cómo fue que vio al familiar. Aunque
ahora nadie querrá quedarse sin haberlo visto, porque en el mundo todo pasa como en los viajes, que detrás de un
puntero van una porción de culateros.
–Puntero o culatero, yo como lo vi fue ansina: parado en la loma del médano.
Y se quedó mirándolo, para que entendiera lo que no quería agregar:
–Ansina fue como te lo conté. Tú has agregado lo del espejismo y el polvoreo para colearme la parada; pero yo te la
gano de mano.
Luego, prosiguiendo su explicación:
–Un bigarro araguato, bonito y bien plantado. Estuvo venteando para acá un rato largo, y luego se volteó para los
lados de El Miedo, echó un pitido que debieron oírlo en las casas de allá y desapareció de repente, como si se lo hubiera
tragado el médano.
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