Page 38 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   V VI II II I. .   L La a   d do om ma a                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
               –Yo no sabía que usted venía anoche. Ahora es que vengo a darme cuenta de que se hallaba aquí. Digo, porque
            supongo que debe de ser usted el amo, para hablarme así.
               –Hace bien en suponerlo.

               Pero ya Paiba había reaccionado del momentáneo desconcierto que le produjera la inesperada actitud enérgica de
            Luzardo, y tratando de recuperar el terreno perdido, dijo:
               –Bueno. Ya he presentado mis excusas. Ahora me parece que le toca a usted, porque el tono con que me ha
            hablado... Francamente... No es el que estoy acostumbrado a oír cuando alguien me dirige la palabra.
               Sin perder su aplomo y con una leve sonrisa irónica, Santos replicó:
               –Pues no es usted muy exigente.
               –Tenemos jefe –se dijo Pajarote.

               Y ya no le quedaron a Balbino ganas de bravuconadas ni esperanzas de mayordomías.
               –¿Quiere decir que estoy dado de baja y que, por consiguiente, aquí se terminó mi papel?
               –Todavía no. Aún le falta rendirme cuentas de su administración. Pero eso será más tarde.
               Y le dio la espalda, a tiempo que Balbino concluía a regañadientes:
               –Cuando usted lo disponga.

               Antonio buscó con la mirada a Carmelito, y Pajarote, dirigiéndose a María Nieves y a Venancio –que estaban
            dentro de la corraleja esperando el resultado de la escena y aparentemente ocupados en preparar los cabos de soga para
            maniatar el alazano– les gritó, llenas de intenciones las palabras:
               –¡Bueno, muchachos! ¿Qué hacen ustedes que todavía no han maroteado a ese mostrenco? Mírenlo como está
            temblando de rabia que parece miedo. Y eso que sólo le han dejado ver la marota. ¿Qué será cuando lo tengamos
            planeado contra el suelo?
               –¡Y que va a ser ya! ¡Vamos a ver si se quita esas marotas como se quitó las otras! –añadieron María Nieves y
            Venancio, celebrando con risotadas la doble intención de las palabras del compañero, que tanto se referían a Balbino

            como al alazano.
               Brioso, fino de líneas y de gallarda alzada, brillante el pelo y la mirada fogosa, el animal indómito había reventado,
            en efecto, las maneas que le pusieron al cazarlo y, avisado por el instinto de que era el objeto de la operación que
            preparaban los peones, se defendía procurando estar siempre en medio de la madrina de mostrencos que correteaban de
            aquí para allá dentro de la corraleja.

               Al fin, Pajarote logró apoderarse del cabo de soga que llevaba a rastras, y, palanqueándose, con los pies clavados en
            el suelo y el cuerpo echado atrás, resistió el envión de la bestia, dando con ella en tierra.
               –Guayuquéalo, catire –le gritó María Nieves–. No lo dejes que se pare.
               Pero en seguida el alazano se enderezó sobre sus remos, tembloroso de coraje. Pajarote lo dejó que se apaciguara y
            cobrara confianza, y luego fue acercándosele, poco a poco, para ponerle el tapaojos.
               Vibrante y con las pupilas inyectadas por la cólera, el potro lo dejaba aproximarse; pero Antonio le adivinó la
            intención y gritó a Pajarote:

               –¡Ten cuidado! Ese animal te va a manotear.
               Pajarote adelantó lentamente el brazo, mas no llegó a ponerle el tapaojos, pues en cuanto le tocó las orejas, el
            mostrenco se le abalanzó, tirándole a la cara. De un salto ágil, el hombre logró ponerse fuera de su alcance,
            exclamando:
               –¡Ah hijo de puya bien resabiao!
               Pero este breve instante fue suficiente para que el potro corriera a defenderse otra vez dentro de la madrina de

            mostrencos que presenciaban la operación, erguidos los pescuezos, derechas las orejas.

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