Page 40 - Doña Bárbara
P. 40

D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   I IX X. .   L La a   e es sf fi in ng ge e   d de e   l la a   s sa ab ba an na a                              R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s

               Carmelito murmuró emocionado:
               –Me equivoqué con el hombre.
               A tiempo que Pajarote exclamaba:

               –¿No le dije, Carmelito, que la corbata era para taparse los pelos del pecho, de puro enmarañados que los tenía el
            hombre? ¡Mírenlo cómo se agarra! Para que ese caballo lo tumbe tiene que aspearse patas arriba.
               Y en seguida, para Balbino, ya francamente provocador:
               –Ya van a saber los fustaneros lo que son calzones bien puestos. Ahora es cuando vamos a ver si es verdad que todo
            lo que ronca es tigre.
               Pero Balbino se hizo el desentendido, porque cuando Pajarote se atrevía nunca se quedaba en las palabras.
               «Hay tiempo para todo –pensó–. Bríos tiene el patiquincito; pero todavía no ha regresado el alazano y puede que ni

            vuelva. La sabana parece muy llanita, vista así por encima del pajonal; pero tiene sus saltanejas y sus desnucaderos.»
               No obstante, después de haber dado unas vueltas por los caneyes, buscando lo que por allí no tenía, volvió a echarle
            la pierna a su caballo y abandonó Altamira, sin esperar a que lo obligaran a rendir cuenta de sus bribonadas.
               ¡Ancha tierra, buena para el esfuerzo y para la hazaña! El anillo de espejismos que circunda la sabana se ha puesto a
            girar sobre el eje del vértigo. El viento silba en los oídos, el pajonal se abre y se cierra en seguida, el juncal chaparrea y

            corta las carnes; pero el cuerpo no siente golpes ni heridas. A veces no hay tierra bajo las patas del caballo; pero bombas
            y saltanejas son peligros de muerte sobre los cuales se pasa volando. El galope es un redoblante que llena el ámbito de
            la llanura. ¡Ancha tierra para correr días enteros! ¡Siempre habrá más llano por delante!
               Al fin comienza a ceder la bravura de la bestia. Ya está cogiendo un trote más y más sosegado. Ya camina a medio
            casco y resopla, sacudiendo la cabeza bañada en sudor, cubierta de espuma, dominada, pero todavía arrogante. Ya se
            acerca a las casas entre la pareja de amadrinadores, y relincha engreída, porque si ya no es libre, a lo menos trae un
            hombre encima.
               Y Pajarote la recibe con el elogio llanero:

               –¡Alazán tostao, primero muerto que cansao!

                                                I IX X. .   L LA A   E ES SF FI IN NG GE E   D DE E   L LA A   S SA AB BA AN NA A

               Buen negocio dejaba atrás Balbino Paiba, y lo perdía cuando iba a empezar a sacarle verdadero provecho. Hasta
            entonces había sido doña Bárbara quien realmente se benefició con su mayordomía de Altamira, pues mientras ella sacó
            de allí orejanos a millares marcados con el hierro de El Miedo, él apenas había «manoteado» por cuenta propia unos
            trescientos «bichos» entre reses y bestias, número insignificante para sus habilidades administrativas.
               Ahora sólo le quedaba la perspectiva de «mayordomear» en El Miedo –como por allí se llamaba el abigeato de los

            mayordomos–, ya que, por precaria que fuese su condición de amanto de doña Bárbara, ésta tenía que resarcirlo de la
            pérdida de las gangas de Altamira, a causa de los buenos servicios que le había prestado.
               Pero, además de éstas, Balbino iba rumiando otras contrariedades. Su retirada equivalía a reconocerle a Santos
            Luzardo las condiciones de hombría que no había querido concederle la noche anterior, y bien pudiera ocurrírsele al
            Brujeador recibirlo con estas palabras:

               –¿No le dije, don Balbino? Mejor es recoger que devolver.
               Llegaba ya a la casa de El Miedo, cuando se le reunieron tres hombres que traían la misma dirección.
               –¿Qué buscan por aquí los Mondragones? –les preguntó.
               –¡Guá! ¿No sabe usted la novedad, don Balbino? La señora nos ha mandado desocupar la casa de Macanillal. Parece
            que ya no nos necesita por allá.



                                                            40
   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44   45