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imprescindibles para un futuro lejano. En muchas titulaciones (aunque no
               en todas) producimos titulados, la mayoría de los cuales nunca utilizarán
               los contenidos concretos que han aprendido en muchas de las asignaturas.
               Recordemos  el  ejemplo  de  nuestros  licenciados  en  Derecho  y  los  de
               Harvard, sin ánimo de desmerecer a nadie, porque padecemos las mismas

               debilidades.
                  Manteniendo  nuestro  tradicional  énfasis  en  los  contenidos  (por  la
               comodidad  de  no  cambiar)  hacemos  un  flaco  favor  a  nuestros  alumnos.

               Los  profesores  que  optan  por  el  aprendizaje  transmisivo  tradicional
               producen  numeroso  aprendizaje  memorístico  de  baja  calidad,  lo  que  los
               anglosajones  denominan  crap learning  (aprendizaje  basura),  cuya  única
               utilidad habrá sido aprobar la asignatura requerida para obtener el título.
               No es raro que cada vez más alumnos universitarios se sientan estafados

               con  los  aprendizajes  de  baja  calidad,  transferibilidad  y  escasa  utilidad
               futura  que  sus  universidades  les  proporcionan  en  las  asignaturas  que
               cursan. Y esto sin entrar en el tema económico de cada crédito ECTS.

                  Ante esta situación, ¿no deberíamos reenfocar nuestras asignaturas para
               poner  menos  énfasis  en  la  transmisión  de  contenidos  disciplinares  de
               escasa relevancia, y más en el ejercicio de las competencias genéricas y
               transversales con verdadera relevancia para los perfiles profesionales a los
               que aspiran los que estudian esa titulación? Dejo que el lector sea el que

               medite a fondo sobre esta cuestión de tanta transcendencia.





                       La alternativa del cambio gradual y progresivo:

                       aprendizaje activo (active learning)




               En los años ochenta se desarrolló otra corriente innovadora en la docencia

               universitaria,  aunque  con  un  carácter  menos  radical  y  de  una  evolución
               más  progresiva  y  gradual,  desde  la  enseñanza  universitaria  tradicional  a
               otra  que  mejoraba  el  aprendizaje  de  los  alumnos  universitarios.  Esta
               corriente era el movimiento a favor del active learning que se extendió en
               universidades  de  Estados  Unidos  (Bonwell,  1991).  La  idea  era  muy

               sencilla. Se trataba de lograr que los alumnos usasen su cerebro en clase
               para algo más que, simplemente, para tomar notas sobre lo que su profesor
               les explicaba o dictaba. No se trataba de lanzar preguntas a los alumnos

               para  que  los  más  desinhibidos  o  rápidos  de  reflejos  las  respondieran


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