Page 133 - Cementerio de animales
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que ya sabía que era un solemne disparate.
               —Cuando  dieron  las  doce  en  el  reloj  del  recibidor,  me  levanté  y  me  quedé
           esperando, vestido, sentado a los pies de la cama, a la luz de la luna que entraba por

           la ventana. Luego, el reloj dio la media, y la una, y Stanny B. no venía. Ese estúpido
           francés  se  ha  olvidado  de  mí,  pensé.  Ya  iba  a  desnudarme  otra  vez  cuando  en  el
           cristal de la ventana rebotaron dos piedras que a punto estuvieron de romperlo. Una

           hizo una grieta, pero yo no la vi hasta la mañana siguiente, y mi madre no se dio
           cuenta hasta el invierno, y pensó que habría sido la helada. Fue una suerte para mí.
               »Yo  me  lancé  hacia  la  ventana  casi  volando  y  levanté  el  cristal.  Las  guías

           chirriaron como sólo chirrían cuando eres un crío y quieres salir de casa después de la
           medianoche…
               Louis  rió,  aunque  no  recordaba  haber  deseado  nunca  salir  de  casa  de  noche,

           cuando tenía diez años. Pero estaba seguro de que la ventana hubiera chirriado.
               —Yo estaba seguro de que mis padres pensarían que estaban entrando en casa los

           ladrones, pero cuando se me apaciguó un poco el corazón oí que mi padre seguía
           roncando en su cuarto. Me asomé y vi a Stanny B. en el sendero del jardín, mirando
           hacia arriba y tambaleándose como si hiciera un gran vendaval, pero no corría ni un
           soplo de aire. Creo que estuvo a punto de no venir, Louis, pero la borrachera que

           llevaba era de las que te mantienen más despierto que un mochuelo con diarrea y
           hacen que todo te importe un rábano. Y entonces me dijo a gritos, aunque supongo

           que él creía estar susurrando: «¿Qué, chico? ¿Bajas o tengo que subir a buscarte?»
               »¡Sssh!, hice yo, temiendo que se despertara mi padre y me diera la tunda de mi
           vida.  «¿Qué  dices?»,  preguntó  Stanny  B.  en  un  tono  de  voz  aún  más  alto.  Si  mis
           padres hubieran dormido a este lado de la casa, Louis, donde estamos ahora, creo que

           me la hubiera cargado. Pero estaban en la habitación de atrás, la que ahora tenemos
           Norma y yo, la que mira al río.

               —Apuesto a que bajarías esa escalera como el rayo —dijo Louis—. ¿No tendrías
           otra cerveza, Jud? —Ya llevaba dos más del cupo, pero aquella noche eso parecía no
           importar. Al contrario, era casi obligado.
               —La  tengo.  Y  tú  sabes  dónde  están  —dijo  Jud  encendiendo  otro  cigarrillo.

           Esperó a que Louis volviera a sentarse—. No; no me atreví a bajar por la escalera.
           Hubiera tenido que pasar por delante de la habitación de mis padres. Me descolgué

           por la enredadera lo más aprisa que pude. Estaba asustado, sí, pero en aquel momento
           temía más a mi padre que ir a Pet Sematary con Stanny B.
               Aplastó el cigarrillo.

               —Allá nos fuimos los dos. Creo que Stanny B. se cayó por el camino más de
           media docena de veces. Realmente, estaba como una cuba y olía como si acabara de
           salir de un barril de whisky. A punto estuvo de ensartarse el cuello en una rama. Pero

           llevaba  un  pico  y  una  pala.  Cuando  llegamos  al  cementerio,  yo  esperaba  que  me




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