Page 134 - Cementerio de animales
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pasara las herramientas y se tumbara a dormir la borrachera mientras yo cavaba la
           fosa.
               »Pero, al contrario, pareció que se serenaba un poco. Me dijo que teníamos que

           continuar  un  trecho  por  el  bosque,  más  allá  de  los  troncos,  donde  había  otro
           cementerio. Yo miré a Stanny, que apenas se tenía en pie, miré el montón de troncos y
           dije: «Tú no puedes subir por ahí, Stanny B., te romperás la crisma.»

               »Y  él  me  contestó:  «Yo  no  voy  a  romperme  la  crisma,  ni  tú  tampoco.  Yo  iré
           delante y tú me seguirás arrastrando el saco.» Efectivamente, pasó los troncos sin la
           menor dificultad y sin mirar ni dónde ponía los pies. Yo fui tras él, llevando al perro a

           rastras,  que  debía  de  pesar  sus  buenos  dieciséis  kilos,  y  yo  no  llegaba  ni  a  los
           cuarenta y cinco. Pero al día siguiente me dolía todo el cuerpo. A propósito, ¿cómo te
           sientes tú hoy?

               Louis movió la cabeza afirmativamente sin decir nada.
               —Seguimos andando y andando —dijo Jud—. A mí me parecía que el camino no

           se acababa nunca. Entonces los bosques impresionaban aún más que hoy. Había más
           pájaros chillando en los árboles, pájaros que uno no conocía. Ahora hay animales,
           pero casi todo son ciervos, mientras que entonces había alces, y osos, y linces. Yo
           arrastraba a "Spot". Al cabo de un rato me dio por pensar que no estaba siguiendo al

           viejo Stanny B., sino a un indio. Seguía a un indio que de un momento a otro se
           volvería enseñando unos dientes muy blancos y unos ojos muy negros, con la cara

           pintada con ese ungüento que hacían los indios de grasa de oso, y que en la mano
           tendría un "tommahawk" hecho con una piedra afilada atada con tiras de piel a un
           mango  de  madera  de  fresno  y  que  me  agarraría  por  el  cuello  y  me  arrancaría  la
           cabellera, llevándose medio cráneo. Stanny ya no se tambaleaba ni se caía, sino que

           caminaba derecho y con la cabeza alta, y eso fue lo que me dio la idea del indio. Pero
           cuando llegamos al borde del dios Pantano y él se volvió para hablarme, entonces vi

           que era Stanny desde luego, y que si ahora no tropezaba ni se caía era porque tenía
           miedo. Del miedo se le había pasado la borrachera.
               »Me dijo lo mismo que yo te dije a ti anoche, acerca de los somormujos y del
           fuego de San Telmo y que no tenía que hacer caso a nada de lo que pudiera ver u oír.

           Y, sobre todo, si algo te habla, tú no contestes. Y empezamos a cruzar el pantano. Y
           vaya si vi. No voy a decirte lo que vi, pero desde que tenía diez años he estado allí

           cinco veces más y nunca he visto nada igual. Ni lo veré, Louis, porque la de anoche
           fue mi última visita al cementerio micmac.
               «Yo no estoy aquí sentado creyéndome todas estas cosas, ¿verdad? —se preguntó

           Louis casi con sorna. Las tres cervezas que llevaba le ayudaban a adoptar aquel tono
           ligero,  o  que  a  él  le  sonaba  ligero—.  Yo  no  me  creo  esta  novela  de  tramperos
           franceses, cementerios indios, de esa cosa llamada "wendigo" y mascotas resucitadas,

           ¿verdad? Qué porras, el gato quedó inconsciente. Un coche le dio un golpe y lo dejó




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