Page 313 - El Misterio de Salem's Lot
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hamburguesas que acaba de prepararse a la parrilla. Se las come con mostaza y con
           cebolla cruda, y durante la mayor parte de la noche se quejará a quien quiera oírlo de
           que esa maldita acidez acabará con él. El ama de llaves del padre Callahan, Rhoda

           Curless,  no  come.  Está  preocupada  porque  no  sabe  dónde  está  el  padre.  Harriet
           Durham y su familia están cenando chuletas de cerdo. Cari Smith, que enviudó en
           1957, se conforma con una patata hervida y una botella de Moxie. En casa de Derek

           Boddin han preparado un jamón con coles de Bruselas. Richie Boddin, el pequeño
           matón derrocado, hace un gesto de asco. Coles de Bruselas. «Pues te las comes si no
           quieres que te arree una patada», le dice su padre, que tampoco las puede tragar.

               Reggie  y  Bonnie  Sawyer  comen  asado  de  costillas  de  buey  con  cereales
           congelados, patatas fritas, y de postre budín de pan al chocolate con salsa de Jerez.
           Todos platos favoritos de Reggie. Bonnie, a quien han empezado a desaparecerle las

           magulladuras, sirve la comida con los ojos bajos. Reggie come con calma y durante
           la  cena  da  cuenta  de  tres  latas  de  cerveza.  Bonnie  come  de  pie;  todavía  está

           demasiado  dolorida  paramentarse.  Tampoco  tiene  mucho  apetito,  pero  de  todas
           maneras come, no vaya a ser que Reggie lo advierta y diga algo. Después de la paliza
           que le dio aquella noche, su marido le arrojó todas las pildoras por el inodoro y la
           violó. Y desde entonces ha seguido violándola todas las noches.

               A las siete menos cuarto, casi todo el mundo ha acabado de cenar, casi todos los
           cigarros, cigarrillos y pipas de sobremesa se han apagado, casi todas las mesas están

           recogidas. Es el momento de lavar, enjuagar y poner a escurrir la vajilla. Ajos niños
           pequeños los enfundan en sus pijamas y los mandan a la habitación de al lado para
           que se entretengan con la televisión hasta que sea la hora de acostarse.
               Roy McDougall, a quien acaba de carbonizársele la sartén donde preparaba las

           chuletas de ternera, entre maldiciones arroja todo, sartén incluida, en el fregadero. Se
           pone la chaqueta tejana y se va a la taberna de Dell, dejando que la maldita inútil de

           su  mujer  siga  durmiendo.  El  mocoso  muerto,  la  mujer  entontecida,  la  comida
           carbonizada. Ya es hora de emborracharse. Y tal vez de recoger los bártulos e irse del
           pueblo.
               En  un  pequeño  piso  alto  de  Taggart  Street,  que  no  lejos  de  Jointner  Avenue

           termina en un callejón sin salida, Joe Crane recibe un insólito regalo de los dioses.
           Tras  haber  terminado  de  comer  un  plato  de  cereales,  cuando  se  sienta  a  ver  la

           televisión siente un dolor súbito e intenso que le paraliza el lado izquierdo del pecho
           y el brazo izquierdo. ¿Qué es esto?, se pregunta. ¿El corazón? Y así es como suele
           suceder. Se levanta, y ha recorrido la mitad de la distancia hasta el teléfono cuando el

           dolor  crece  de  pronto  y  le  derriba  sin  piedad.  El  pequeño  televisor  en  color  sigue
           parloteando  sin  pausa,  y  transcurrirán  veinticuatro  horas  hasta  que  alguien  lo
           encuentre.  Ocurrida  a  las  18.51  horas,  la  suya  es  la  única  muerte  natural  que  se

           produce en Salem's Lot el 6 de octubre.




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