Page 102 - La iglesia
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El contratista y sus hijos se sorprendieron ante el desorden reinante en la

               sacristía.  Ernesto  había  tenido  la  precaución  de  cerrar  la  trampilla  de  la
               palanca de la cripta y camuflarla poniendo unas cajas delante. Al sacerdote le
               llamó  la  atención  lo  discretos  que  eran  los  jóvenes:  apenas  habían
               pronunciado  palabra  desde  que  llegaron,  al  contrario  de  su  padre,  que  no

               paraba de cascar. Para comprobar si eran mudos, se dirigió a ellos:
                    —¿Necesitáis que retiremos todo esto antes de pintar?
                    Miguel, el mayor, le respondió de forma muy amable:
                    —Usted  no  se  preocupe  por  nada,  que  de  esto  nos  ocupamos  nosotros.

                                                                          ⁠
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               —Tenía  una  voz  muy  parecida  a  la  de  su  padre—.  Le  dice  a  los  pintores
               dónde  quiere  cada  cosa  y  ellos  la  colocan.  Antes  de  terminar  la  obra
               dejaremos todo a su gusto y sin una mancha de pintura en el suelo.
                    —¿Cuántos operarios necesitas? —⁠le preguntó Fernando Jiménez a Rafi,
                                                                                     ⁠
               que  solía  encargarse  de  organizar  los  trabajos  de  pintura—.  La  iglesia  es
               grande de cojones.
                    —Hamido,  Mohamed  y  Abdel  —previó  el  joven⁠—.  Miguel,  Hamido,
               Mohamed y yo para las paredes de fuera y Abdel que se ocupe de la sacristía

               para adentro. Hay madera hasta media altura y el techo es bajo, lo hará en un
               periquete.
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                    —Como habrá visto, padre, son moritos —⁠apuntó Fernando Jiménez—.
               Usted no tiene inconveniente en que anden por la iglesia, ¿verdad?

                    —En absoluto —respondió Ernesto⁠—. Aquí todo el mundo es bienvenido.
                    —Llevan  tiempo  con  nosotros,  son  de  total  confianza.  Y  todos
               asegurados,  ¿eh,  padre?  Que  nosotros  no  trabajamos  con  ilegales  de
                                                                                                     ⁠
               Marruecos para ahorrarnos los dineros… No somos como los demás —dejó
               caer Jiménez, enfocando el ventilador de mierda hacia la competencia.
                    Visitaron  el  piso  de  arriba  y  el  campanario,  decidiendo  definitivamente
               que toda esa zona interior sería territorio del tal Abdel. Bajaron las escaleras y
               regresaron al presbiterio. Rafi dictaminó con ojo experto que el color de las

               paredes  más  parecido  al  original  sería  el  ocre  6330  de  Titán.  Quedaron  en
               traer dos andamios portátiles y un par de escaleras. Después de calcular entre
               los  tres  la  cantidad  de  kilos  de  pintura  que  necesitarían,  Juan  Antonio  le
               preguntó a Fernando Jiménez:

                    —¿Le  puedo  decir  a  la  presidenta  que  la  obra  se  ajusta  al  importe  que
               tiene usted pendiente con la Asamblea? Es para dejarlo todo cerrado.
                    —Claro que sí, por quinientos euros más o menos no nos vamos a pelear.
               Esto lo dejamos listo en dos semanas. ¿Es usted madrugador, padre? Nosotros

               empezamos a currar a las ocho de la mañana y terminamos a las seis de la




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