Page 104 - La iglesia
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detuvo cerca del suyo. Al ver al inspector Hidalgo al volante recordó que él

               mismo le había invitado a venir a ver la iglesia. Juan Antonio le hizo una seña
               con la mano y él le devolvió una sonrisa.
                                                             ⁠
                    —Buenos días —saludó el policía—. ¡Me alegra verle aquí! Vengo del
               hospital y traigo buenas noticias: Maite Damiano salió del coma a las tres de

               la madrugada. Ah, y las pruebas demuestran que no hay más lesiones físicas
               que las que se conocen.
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                    —¡Eso  es  magnífico!  —celebró  el  aparejador—.  ¿Entonces  está
               consciente ya?

                    Hidalgo torció la boca en un gesto de contrariedad.
                    —No.  Los  médicos  han  decidido  mantenerla  sedada,  al  menos  de
               momento. Según dicen, su despertar no fue del todo tranquilo. Estaba bastante
               agitada. De todos modos la trasladan a planta a lo largo de la mañana de hoy,

               y eso es buena señal.
                    —¿Ha visto a Leire Beldas?
                    —No, pero sí he saludado a los padres de Maite. Están hechos polvo, por
               cierto.

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                    —No es para menos. —Juan Antonio señaló la iglesia con la cabeza—.
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               Me gustaría acompañarle en la visita, pero tengo que irme —se excusó—. Ahí
               dentro está el padre Ernesto. Dígale que viene de mi parte.
                    —Se lo diré, muchas gracias.

                    Juan Antonio subió a su Avensis y encarriló la pendiente en dirección al
               centro.  El  policía  le  dedicó  un  último  saludo  antes  de  perderle  de  vista  y
               caminó hacia la iglesia. Una sensación de incomodidad se apoderó de él nada
               más entrar. Anduvo unos pasos por la nave central, recorriendo todo el templo

               con la vista. Había algo extraño en el ambiente que le provocaba una especie
               de hormigueo en la cabeza.
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                    —Buenos días —le saludó una voz a su derecha—. ¿Puedo ayudarle en
               algo?

                    El  policía  se  volvió  y  descubrió  al  padre  Ernesto  junto  a  una  de  las
               columnas. Acababa de poner derecha una de las estaciones del vía crucis. El
               sacerdote se le acercó y él sacó una tarjeta.
                    —Buenos días, padre, soy el inspector Jorge Hidalgo —⁠se presentó.

                    Ernesto  la  aceptó  con  desconfianza.  Lo  primero  que  pensó  es  que  su
               presencia  allí  se  debía  al  asunto  de  su  agresión  a  Juan  Carlos  Sánchez;
               después de todo, tal vez sus padres se habían replanteado denunciarle. En ese
               momento, Hidalgo cayó en quién era el cura que tenía delante. Le había visto

               varias veces en televisión en las últimas semanas.




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