Page 103 - La iglesia
P. 103

tarde, menos los viernes, que salimos a las doce del mediodía. Cosas de los

               musulmanes…
                    —Me parece un horario muy razonable —⁠aceptó Ernesto.
                    —Pues mañana mismo empezamos. Ya verá, padre. Le vamos a dejar esto
               niquelao. Va a tener usted cola de beatas.

                    Los  Jiménez  se  despidieron  en  el  mismo  presbiterio  y  se  marcharon
               caminando por la nave central, sin dejar de comentar entre ellos detalles de la
               obra  conforme  salían.  Una  vez  solos,  el  padre  Ernesto  le  habló  a  Juan
               Antonio:

                    —No  he  querido  sacar  el  tema  delante  de  ellos.  ¿Cómo  está  Maite
               Damiano?
                    —Sin novedad. Sigue inconsciente.
                    —Vaya por Dios —se lamentó el párroco⁠—. No sé si preguntarte algo…

                    —En cierto modo ya lo estás haciendo, y creo que sé lo que me vas a
               preguntar.
                    —¿Se cayó o se tiró?
                    Juan Antonio apostó por la sinceridad.

                    —Se  tiró.  Según  los  médicos,  no  porque  pretendiera  suicidarse
                  ⁠
               —matizó⁠—. Todo apunta a que sufrió alucinaciones muy potentes a causa de
               unas pastillas que tomó sin receta. Estas le provocaron un ataque de pánico y
               saltó por el balcón, tratando de huir de ellas.

                    —Pobre mujer. Es horrible, la verdad.
                    Juan Antonio miró su reloj y soltó un soplido.
                    —Tengo que marcharme. Me pasaré de vez en cuando por aquí para ver
                                                                                          ⁠
                                                                                 ⁠
               cómo va la obra. He visto que te hace gracia Jiménez —observó—. Entre tú y
               yo, a mí me saca de quicio a veces.
                    —Le  gusta  soltar  burradas,  pero  es  un  buen  tío.  Solo  tienes  que  ver  la
               relación que tiene con sus hijos. A propósito, dos chicos sensacionales.
                                                                        ⁠
                    —Eso  es  verdad  —coincidió  Juan  Antonio—.  Para  cualquier  cosa  me
               llamas, ¿vale?
                    —De  acuerdo.  Mantenme  informado  del  estado  de  salud  de  Maite,  por
               favor.
                    —Cuenta con ello. —Estrechó la mano de Ernesto⁠—. Hasta pronto.

                    El aparejador abandonó la iglesia y cruzó el jardín en dirección al coche.
               La flora era una parada militar de esqueletos leñosos sobre un manto de malas
               hierbas. Nota mental: llamar a Parques y Jardines para que lo adecentaran.
               Estaba a punto de entrar en el Toyota cuando vio un Citroën Xsara rodando

               por la cuesta que bajaba del Recinto. El vehículo puso el intermitente y se




                                                      Página 103
   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108