Page 106 - La iglesia
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Hidalgo no se creyó ni una palabra de aquel cuento, pero fingió morder el

               anzuelo.
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                    —Entiendo. Unos frescos magníficos —señaló, apuntando al techo de la
               cúpula; giró trescientos sesenta grados sobre sí mismo, echó un vistazo a su
                                                                                                      ⁠
               alrededor y dio por concluida la visita. Estaba claro que no era bienvenido—.
               No le entretengo más, padre, muchas gracias por su amabilidad.
                    —A usted. Espero verle de nuevo cuando abramos al culto.
                    El párroco le acompañó hasta el exterior, donde encontró a Félix hablando
               con Dris en el aparcamiento. El joven parecía explicarle algo sin bajarse de su

               moto: o estaba a punto de irse o acababa de llegar. Ernesto comprobó la hora:
               las once menos diez. O Félix había perdido la batalla contra el insomnio o un
               par  de  horas  le  habían  bastado  para  recargar  pilas.  Justo  cuando  Hidalgo
               estaba  a  punto  de  meterse  en  su  coche,  Dris  le  hizo  un  gesto  para  que  se

               acercara.  Ernesto  observó  cómo  le  preguntaba  algo  al  policía  y  cómo  este
               negaba con la cabeza. Dris  se bajó de la  moto, señaló los contenedores de
               basura  y  luego  apuntó  con  el  dedo  calle  arriba.  El  inspector  se  encogió  de
               hombros, volvió a negar y se dirigió al Xsara, aliviado de respirar aire fresco.

               El  del  interior  de  la  iglesia  le  parecía  venenoso.  Hidalgo  desvió  la  mirada
               hacia el templo y le pareció ver una cortina oscura que velaba de algún modo
               el edificio y todo el espacio que lo rodeaba. Sin poder reprimir un escalofrío,
               subió al coche, arrancó y se perdió de vista pendiente abajo.

                    Félix habló durante un minuto más con Dris y caminó hacia la iglesia en
               cuanto este se metió en casa. Ernesto le esperaba en el vestíbulo.
                    —¿Pasa algo con Dris? —le preguntó a Félix.
                    —El  viernes  por  la  tarde  se  murieron  los  canarios  de  su  madre  y  se

                                                                                                      ⁠
               marchitaron las macetas del patio —⁠informó Félix con rostro preocupado—.
               Por la noche descubrió toda la zona llena de animales muertos: gatos, ratas,
               murciélagos, aves. Al principio achacó esas muertes a un pesticida, pero ha
               estado esta mañana en la Asamblea y allí aseguran que no se ha empleado

               ningún producto de ese tipo. Eso sí, tienen constancia de que los servicios de
               limpieza recogieron esos animales. Dris ha confundido al hombre que estaba
               aquí hace un momento con alguien de Sanidad. A propósito, ha dicho que es
               policía. ¿Qué quería?

                    —Ver  la  talla.  Rodero  le  habló  de  ella  el  otro  día  y  quería  echarle  un
               vistazo. Le he dicho que el obispo nos ha prohibido abrir la cripta hasta que
               no la evalúen unos técnicos. Quédate con ese cuento por si aparecieran más
               curiosos.







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