Page 107 - La iglesia
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Aunque Félix odiaba faltar a la verdad, consideró la trola de Ernesto una

               mentira  piadosa  y  estuvo  de  acuerdo  en  seguirla.  De  todos  modos,  le
               preocupaba más lo que Dris acababa de contarle que la posible afluencia de
               curiosos a la iglesia.
                    —Esta  historia  de  animales  muertos  y  plantas  marchitas  me  resulta
                             ⁠
               siniestra —comentó Félix.
                    —Seguro que tiene una explicación natural —⁠apostó Ernesto, quitándole
                             ⁠
               importancia—.  He  leído  noticias  en  internet  que  hablan  de  muertes  de
               bandadas de pájaros enteras en diferentes partes del mundo. Esta debe de ser

               una más de esas. Yo no me preocuparía.
                    —¿De verdad no notas nada raro en esta iglesia, Ernesto? —⁠susurró Félix.
                                                                            ⁠
               Elevó la vista a las alturas, como si escrutara el aire—. No sé explicarlo… Es
               como si un aura negativa impregnara la atmósfera en toda esta zona.
                                                                                  ⁠
                    —Pues  si  no  sabes  explicarlo  no  lo  expliques  —le  cortó  el  párroco,
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               visiblemente enojado—. ¿Acaso te enseñaron en el seminario a creer en auras
               y demás chorradas?
                                                                                            ⁠
                                                                       ⁠
                    —Lo  del  aura  es  una  forma  de  hablar  —se  defendió  Félix—.  Lo  que
               quiero decir es que el ambiente aquí dentro es extraño, poco acogedor, muy
               diferente  de  las  demás  iglesias  que  he  visitado.  ¿Y  qué  me  dices  de  los
               crucifijos y la estola? Alguien selló la puerta de esa cripta para que algo no
               escapara de su interior.

                    La mandíbula del padre Ernesto estaba tensa. A pesar de todo, no levantó
               la voz al hablar:
                    —Por supuesto, el padre Artemio, que estaba como una cabra. ¿Quieres
               acabar como él? —⁠Félix agachó la cabeza y se rindió; si de por sí le gustaba

               poco discutir, menos aún le gustaba hacerlo con su jefe enfadado⁠—. Vamos
               dentro, te explico lo que he hablado con el contratista y nos largamos a que
                                                                  ⁠
               nos dé un poco el aire. Así no ves el aura —se burló.
                    El padre Félix asintió y le siguió por la nave central hacia la sacristía. Al

               pasar por la cripta, le alegro verla cerrada.
                    Aunque ellos no lo apreciaron, las manchas de la pared comenzaron a latir
               con el ritmo pausado de algo vivo.









               El estudio particular de Juan Antonio Rodero se ubicaba en la primera planta

               de un edificio de la Gran Vía de Ceuta. Era una oficina de unos cincuenta




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