Page 28 - La iglesia
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encontraron ni un solo nido de aves. De una viga del techo colgaba una
campana de bronce, verdeada por los años y el clima, cuyo badajo había sido
amarrado a una argolla en la pared con objeto de inmovilizarlo y que no
sonara por accidente. A Juan Antonio le encantó.
—Y pensar que ahora las campanas son eléctricas… Este sitio es una
mina de reliquias.
Mientras Maite tomaba fotografías del tejado, el aparejador se asomó a
contemplar el paisaje abandonado y asolado que rodeaba a la iglesia. Había
terreno para edificar a mansalva donde una vez hubo cuarteles y patios de
vecinos. Intentó imaginar cómo serían los alrededores de la Iglesia de San
Jorge una vez que las promociones estuvieran habitadas y los locales
comerciales funcionando. El barrio estaba a cinco minutos andando del
centro, por lo que aquella zona estaba predestinada a revalorizarse, y mucho.
—Tendríamos que avisar también a los de Parques y Jardines —apuntó,
fijándose en el lamentable aspecto del jardín que rodeaba la iglesia—. Esto
puede quedar de escándalo con cuatro duros.
—Mañana lo propondré a la presidenta. —Maite tapó el objetivo de su
cámara, apagó el portátil y lo devolvió a su dueño—. Pues listo, vamos a
tomar ese té.
Bajaron a la sacristía y salieron al presbiterio atravesando uno de los
accesos cubiertos por cortinas rojas. Maite apagó las luces antes de cerrar el
templo por fuera. Una vez estuvieron al aire libre, Juan Antonio cambió
impresiones con ella.
—Parece mentira que no hayamos encontrado una sola grieta, un cristal
roto o una baldosa caída. Lo único que está de pena es la pintura. No había
visto manchas tan raras en mi vida.
—Pensé que era moho, pero no —comentó Maite—. Es como si la pintura
que usaron en su día se hubiera estropeado, o estuviera defectuosa. De todos
modos, esta noche examinaré las fotografías a conciencia, por si se nos ha
escapado algo.
—¿Tienes pensado sacar la obra a concurso?
—No hará falta. Fernando Jiménez nos debe una partida que cobró por
adelantado y que luego cancelamos por orden de Presidencia.
—Joder, ¿no puede ser otro? Ese tío me pone de los nervios. Todo el
santo día rajando, todo el santo día sentando cátedra, todo el santo día
arreglando España. Es peor que una psicofonía de Franco.
—No vamos a pagarle a otro cuando él nos debe la pasta —razonó
Maite—. Ya sé que a veces entran ganas de estrangularle, pero trabaja bien.
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