Page 33 - La iglesia
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emocionante. Se acercó un poco más al monitor, intentando adivinar alguna

               forma reconocible en la mancha. De pronto, la fotografía cobró vida, como si
               se hubiera transformado en un vídeo. Parpadeó tres veces ante la hipnótica
               danza de píxeles, pero esta no se detuvo. Maite recordó aquella vez que probó
               un trippy en los ochenta, y cómo los alicatados de los baños fluctuaban en un

               espectáculo psicodélico fascinante bajo el influjo del LSD. Lo que veía ahora
               en  pantalla  era  algo  muy  parecido,  hasta  que  la  mancha  se  retorció  hasta
               formar una frase legible:


                                                     DÉJAME SALIR

                    Maite pegó un respingo en la silla y cerró los ojos con tal fuerza que le
               dolieron.  Cuando  volvió  a  abrirlos,  la  foto  seguía  allí,  pero  ni  rastro  de  la
               frase. Todo había vuelto a la normalidad.
                    «Déjame salir… ¿A qué, o a quién cojones, hay que dejar salir?».

                    Obedeciendo a un impulso alimentado por el miedo y el alcohol, descolgó
               el teléfono para llamar a Juan Antonio y contarle lo que acababa de ver. Un
               soplo de prudencia le impidió marcar el número: el reloj del PC mostraba la

               una  y  veinticinco  de  la  madrugada.  «Tal  vez  haya  sido  un  flashback  del
               ácido»,  se  dijo,  recordando  haber  leído  en  alguna  parte  que  a  veces  se
               experimentan los síntomas de un viaje muchos años después del consumo de
               LSD.  Ahora  que  el  episodio  había  pasado,  todo  aquello  le  pareció  una
               soberana  estupidez.  Volvió  a  enfrentarse  a  la  fotografía  en  la  que  tan  solo

               aparecía la pared manchada y el miedo empezó a disiparse.
                    «El ron y mi imaginación me han jugado una mala pasada».
                    Maite  apuró  su  copa.  Sin  demasiadas  ceremonias,  dejó  el  vaso  en  el

               fregadero  y  se  fue  a  la  cama.  A  pesar  de  que  ella  misma  intentaba
               convencerse de que no había sido más que una alucinación, tardó en conciliar
               el sueño más de la cuenta.



























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