Page 58 - La iglesia
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una latencia nueva y desmedida, y una sonrisa de dientes irregulares, que
ocultaba una lengua azulada de cadáver, curvó una boca que pronunció unas
palabras con voz gutural:
«Estoy a punto de salir…».
El grito de terror procedente del dormitorio casi hizo que Leire soltara la
sartén de patatas que retiraba de la vitro en ese preciso instante. Apenas le dio
tiempo a apagar el fuego y dejarla de nuevo sobre la placa.
—¡Maite! —gritó, mientras corría hacia su habitación con el corazón a
toda máquina.
Irrumpió en el dormitorio como si la persiguiera una jauría de perros. Fue
tal la violencia con la que abrió la puerta que marcó la pared con el pomo. Su
amiga estaba despierta, con los ojos desorbitados y una mano colocada sobre
su escote; a Leire se le antojó una pose de actriz de cine mudo. La expresión
de la cara de Maite era una alegoría del miedo. Entonces, rompió a llorar.
Leire recibió el llanto con alivio: no era la reacción típica de alguien que
acaba de sufrir un ataque al corazón, sino la de alguien recién salido de un
sueño terrible.
—Ya pasó, bonita, ya pasó —repetía una y otra vez mientras abrazaba a
Maite, que hundía el rostro en su pecho—. Solo ha sido una pesadilla.
La arquitecta permaneció agarrada a Leire durante un buen rato. Después
de soltar una batería de hipidos angustiados, logró controlar su llorera y se
separó un poco de su amiga.
—Ha sido… la peor pesadilla… de toda mi vida —balbuceó, atragantada
por las lágrimas—. Ha sido horrible, Leire.
—¿Qué has soñado? ¿Tan malo ha sido?
Maite sacudió la cabeza como si intentara despejarla. Se resistía a
compartir su pesadilla con su amiga. Las visiones en su duermevela, la
inquietud de sus noches… Y ahora esto. Un sueño tan aterrador y real que la
había hecho llorar, cosa que Maite se reservaba para muy contadas ocasiones.
—Creo que es la iglesia —dijo, al fin—. Hay algo en ella que ha debido
impresionarme, aunque no me preguntes qué…
—¿La Iglesia de San Jorge? —Leire la miró extrañada—. Pero, Maite, por
favor, ¿qué puede haber de malo en una iglesia? Es de los pocos lugares
donde uno debe sentirse seguro. Un santuario, un refugio…
Maite se sintió ridícula. Tuvo la tentación de sincerarse con ella y
contárselo todo, pero ¿serviría de algo? Podía relatarle la extraña alucinación
que sufrió la noche que visionó las fotos de la iglesia en el ordenador, las
siluetas inquietantes que se proyectaban en sus párpados cerrados o esta
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